Sr. Director:
Durante veinticinco años he sido capellán de las grandes factorías navales de la bahía de Cádiz
Un día en la factoría de Matagorda de la Constructora Naval, hoy es Navantia, hubo un accidente de trabajo en del buque-tanque Talavera, gemelo del San Marcial, dos petroleros para la CEPSA.
Se cayó una pieza de una grúa que mató a un hombre y dejó a otro gravemente herido.
¡Qué casualidad! ¡Eran hermanos!
Yo fui a ver al herido a la Clínica de San Rafael, en Cádiz.
Estaban con él su mujer y su suegra.
Yo les invité a dar gracias a Dios por haber sobrevivido al accidente.
Y me dice la suegra: "Es que nosotros tenemos mucha fe porque a mí la Virgen me curó los ojos".
Yo, movido por la educación y la caridad, porque a todo el mundo le gusta contar su historia le dije: "¿Cómo fue?"
Y me quedé de piedra.
Me dice la mujer: "Nosotros vivíamos en un cortijo cerca del castillo de Doña Blanca, en El Puerto de Santa María. Como no teníamos luz eléctrica nos alumbrábamos con candiles de carburo. Un día me reventó en las manos un candil de carburo y me quemó los ojos".
"Tenía los ojos como los de una pescadilla frita", interrumpió su hija.
Y sigue la madre: "Me llevaban a curarme al hospital Zamacola (hoy se llama Puerta del Mar). Me curaba el Dr. Don José Pérez Llorca. Y un día le dice mi hija al médico: "Díganos si lo de mi madre tiene solución, porque si no la tiene no volvemos más, pues estamos gastando en taxis un dinero que no tenemos".
Y contestó el médico: "Siento decirle que esto no tiene solución. Esta ceguera es irreversible".
Y sigue la mujer: "Cuando yo oigo que no tengo solución me entró un dolor y una pena que no tenía consuelo".
La meten en un taxi y se la llevan al cortijo.
Y añade la mujer: "Estando en la cama me acuerdo de un cuadro de la Virgen de Fátima que yo tenía allí, y le dije con toda mi alma: MADRE MÍA SANTÍSIMA, QUE YO PUEDA VERTE OTRA VEZ.
Al decir aquello siento como un fuego que me sube por dentro y me sale por los ojos, y grito: "Que veo luz. Que veo luz
".
Viene su hija, le quita los esparadrapos y tiene los ojos como nosotros.
Cogen un taxi y vuelven al hospital.
Cuando el Dr. Pérez Llorca ve aquellos ojos curados a las tres de la tarde que él a las doce del mediodía había diagnosticado como ceguera irreversible, se quedó pálido y repetía: "Esto no tiene explicación. Esto no tiene explicación".
Aquella narración me dejó impresionado, y se me ocurrió hacer una acta notarial para que quede constancia del hecho.
Reuní treinta y dos testigos: hijos, hijas, nueras, yernos y vecinos.
Y el Dr. Pérez Llorca que esos día estaba en Cádiz visitando a su hijo Jaime, también oftalmólogo, que vivía en la Alameda, pues él, entonces, vivía en Madrid.
Cuando invité al Dr. Pérez Llorca a firmar el hecho ante notario me dijo: "Con mucho gusto firmo el caso de Manuela Cortés (así se llamaba la mujer) pues firmo de lo soy testigo".
Las palabras que escribió el Dr. Pérez Llorca fueron éstas: "Me quedé sorprendido de aquella repentina e inexplicable curación de aquella ceguera que yo acababa de diagnosticar irreversible".
Cuando el Dr. Pérez Llorca firmó, le dije yo al notario, que fue D. Antonio Torres Domínguez, de El Puerto de Santa María: "Ponga que este doctor es miembro de la Real Academia de Medicina, Presidente de la Sociedad Oftalmológica Española, General Inspector del Cuerpo de Sanidad de la Armada, y treinta años catedrático de Oftalmología".
Este acta notarial se la llevé al obispo de Fátima, en una peregrinación que organicé, para que fuera archivada entre los milagros obtenidos por la intercesión de la Virgen de Fátima.
Milagros así no son frecuentes, pero a veces ocurren cuando se ora con fe, y Dios piensa que debe atender la petición.
Este hecho lo publiqué en el DIARIO DE CÁDIZ, y a los pocos días vino a verme un taxista y me dijo:
"Yo soy el taxista que llevó a esa mujer el día del milagro".
Este caso se lo comuniqué a los trabajadores de la factoría de Matagorda, en una conferencia que tuve en el comedor de la factoría, cuando el Talavera estaba en grada, en construcción.
He narrado de lo que soy testigo. Pero la calificación oficial de milagro es de la Iglesia. Por eso en el título he puesto la palabra MILAGRO entre comillas.
La aceptación de esta narración depende de la valoración que se tenga de mi honradez.

JORGE LORING, S.I.