Resulta un poco tonto confiar en una profecía maya -encima mal leída- que anuncia el fin del mundo para el día 21 de diciembre pero igual de tonto es confiar en la científica negativa de la NASA. Tan tonto es el que cree en los mayas (si quiere conocer su 'cultura' no tiene más que ver la genial película de Mel Gibson, Apocalypto).

Muchos medios aprovecharon otra fecha mítica, la del 12 del 12 de 2012, para arremeter contra el Papa y no deben perderse las frívolas respuestas de nuestros políticos sobre la fecha, publicadas en el diario La Razón, mucho más.

Los cristianos creemos en la Segunda Venida de Cristo, y quien no lo acepte no puede recitar el credo: Y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos y su Reino no tendrá fin. Pero lo cierto es que, entre cristianos y no cristianos, la idea de que estamos en un fin de ciclo cunde en todo el mundo, independientemente del credo, raza o adscripción política. Desde un punto de vista periodístico, yo diría que es el fenómeno de nuestro tiempo: la sensación de que el grado de corrupción ha llegado a un límite difícilmente soportable.

Para los católicos, que a la corrupción la llamamos pecado, hay dos señales que acreditan esa sensación, aunque nadie puede presumir en qué se concretarán, pues también sobre este punto estamos advertidos: "4. Mirad que nadie os engañe. 5. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán. 6. Y oiréis guerras, y rumores de guerras: mirad que no os turbéis; porque es menester que todo esto acontezca; mas aún no es el fin. 7. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestilencias, y hambres, y terremotos por los lugares. 8. Pero todo esto es el comienzo de los dolores".

De hecho, aconsejo la lectura completa del capítulo 24 de San Mateo. En ella, Jesucristo insiste en que no nos obsesionemos con la fecha, que sólo conoce Dios Padre, sino en estar preparados en todo momento. Y si uno está convencido de que el juicio de las naciones -o el fin del mundo, que no tiene por qué ser lo mismo- está a punto de llegar, lo que tiene que hacer es no hacer nada, sólo arrepentirse.

Dicho esto, hay dos indicaciones que, a título personal, tengo muy en cuenta para interpretar el sentido de los tiempos... y ambas parecen ligadas. La primera es de Juan Pablo II cuando explicaba que estos tiempos no son mejores o peores que cualquier otro, pero sí establecía una distinción: lo que sorprende del mundo actual es la incapacidad de una generación para trasmitir a la siguiente una serie de valores sobre el bien y el mal que antes nadie cuestionaba. Ejemplo, la obsesión de algunos padres. No en evitar que sus hijos copulen con el primero que se encuentran sino con evitar que la cópula acabe donde naturalmente acaba el sexo: en procreación.

La segunda nota distintiva -esta más pobre porque no es de Juan Pablo II sino mía- es la explosión de la blasfemia contra el Espíritu Santo, esa que no será perdonada ni en este mundo ni en el otro. Blasfemar contra el Espíritu Santo consiste en llamar Dios a Satán y Satán a Dios, llamar bien al mal y mal al bien. Ejemplo muy plausible es convertir el aborto, no ya en un mal menor, sino en un derecho. La blasfemia contra el Espíritu Santo es el punto de no retorno.

Por lo demás, no se obsesionen con el fin del mundo pero no porque lo diga la Nasa. La ciencia, pobre, sólo puede analizar la materia, y la materia no puede responder a ese ser anfibio, de materia y espíritu llamado hombre.

Eulogio López

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