El cristiano tiene más de ingeniero que de ecologista. Le gusta más crear y producir que apretarse el cinturón. Se parece más a un hedonista que a un agonías, y lo digo en plena Semana Santa. En principio –ojalá también pueda ser al final- el cristiano debe buscar el placer, no el dolor; la exuberancia, no el control de costes.

La vida es demasiado hermosa y hay que vivirla a tope. Eso sí, el amor, la ley primera y única de la Iglesia, suele ir acompañado del sufrimiento, pero sólo porque el amor no es otra cosa que entrega al otro, y eso exige renuncias. O sea, el dolor es un medio necesario, no el objetivo último y principal. Termino el introito: el cristianismo es poco ecologista. Más bien se sitúa en la estela de aquel letrero cachondete que aseguraba: No queremos medio ambiente, lo queremos entero. Precisamente: el medio ambiente es eso, un medio, no un fin.

Instituciones de todo el mundo, en seguimiento de la organización verde WWF han seguido, el sábado 23 de marzo, la "Hora del planeta".

Lo cristiano no es apagar la luz una hora en un año, sino aprovechar los bienes que Dios nos ha proporcionado, sobre todo, la razón, para producir cuanta más energía mejor y no tener que apagar la luz ni un minuto, porque la luz es un gran invento extraordinariamente positivo.

Al cristiano no le preocupa el medio ambiente salvo en el apartado de no estropear el planeta para las próximas generaciones. Pero no por el planeta, pues la función del hombre es someterlo y esclavizarlo en su favor.

Por lo demás, este planeta, no digamos nada este universo, puede alimentar y satisfacer a decenas de humanidades y si superáramos esas decenas, dispondremos del universo entero para nosotros, universo que puede albergar a millones de humanidades. Cristo nos ha regalado un alma racional para hacerlo posible.

Y otra cosa, no hay que ser austero por el medioambiente, hay que ser austero por uno mismo. Si algo ofende al bien, a la verdad y a la belleza, los tres objetivos del hombre, que no del planeta, es el derroche bobalicón, que destruye la personalidad humana, que se enraíza en el ser, no en el tener. Pero, atención, la Iglesia propone la austeridad, no en beneficio del medio ambiente, sino del hombre, que es Señor del planeta tierra y del universo entero, en tanto que ministro delegado del Creador.

Señores, más alegría y menos agonía.

Eulogio López
eulogio@hispanidad.com