Si hablamos de cosas importantes, y no de Pedro Sánchez o de Jordi Pujol y similares, hablemos de la gran batalla que se avecina, que no es otra que la batalla eucarística, de la que depende el futuro de la humanidad, incluidos aquellos que no saben qué es eso de la eucaristía. Una mayoría en Oriente y últimamente me temo que cuasi mayoría en Occidente.

Revelaciones de Nuestro Señor Jesucristo a la madrileña Marga en su segundo libro: "Mi corazón languidece en los sagrarios. ¿Para qué esta reserva eucarística si nadie, en la mañana, me vendrá a ver o a adorar ¿Para qué, si nadie vendrá a pasar ratos conmigo".

Esto, de por sí, ya constituiría un pecado de desprecio al Creador, pero el tumor ha empezado a correr y ahora ya vivimos, aunque no queramos darnos cuenta, en la era del sacrilegio permanente. "Se me profana con las malas palabras, con los malos vestidos, con los malos hábitos". No, no es una exageración de Marga. El sábado, en una iglesia de Madrid, oí cómo el sacerdote cambiaba las palabras consagratorias. Sin necesidad alguna claro, pero me quedé con la duda de si se habría producido la transustanciación. Y el domingo, acudí a una iglesia en una zona bien de Madrid. Daban ganas de repetir lo que suele comentar un amigo mío: "Señorita, vístase usted que nos vamos". Sí, acudían a recibir la comunión desvestidas con unas pintas que hubieran escandalizado a la madame de un burdel. Profanaciones permanentes: "Los domingos a misa la gente viene más arreglada que nunca. Yo lo que contemplo son puros muertos vivientes que se dirigen al altar del sacrificio... Condenación que acarrean más y más profunda sobre sí mismos al comulgar así, en pecado".

Y así, en este ambiente de normalidad sacrílega llegaremos a donde tenemos que llegar, porque nada ocurre porque sí y porque las cosas suelen caer por su propio peso: "Comenzarán a cerrar templos, todos aquellos que no tengan razón de ser por la falta de fieles".

Con las contradicciones propias del caso: "Tantos ancianos en su casa, reclamando la comunión y los ministros extraordinarios proliferando como no es mi voluntad".
"Se me profana con las malas palabras, con los malos vestidos, con los malos hábitos"
En resumen, que no creen que la forma consagrada sea Dios mismo. Si no, no actuarían así. Y no creen porque no han empezado por donde debieran: por el sentido del pecado. Y entonces viene la queja de la víctima del sacramento: "pueden comulgar pero no confesarse" y este es uno de los dramas de nuestro tiempo: "comulgan sin confesar. He aquí otra profanación de mi Eucaristía".

Y así llegaremos adonde teníamos que llegar: "algunas iglesias se cerrarán, otras serán profanadas, sin ninguna defensa por parte de los fieles, y otras pasarán a ser sede del Anticristo".

Para ser más claritos, "después del gran desastre vendrá el decreto de la abolición de la eucaristía". Supongo que este es el punto central de eso que tanto nos obsesiona -tonta obsesión- y que llamamos futuro.

¿Todo esto tiene que ocurrir, es un determinismo fatalista, voluntad del hado que el nombre no puede evitar Por supuesto que puede evitarse. El cristiano es libre y puede darle la vuelta a todo, incluidos la gran tribulación, el gran desastre y hasta el fin del mundo. El hombre ha sido creado libre por Dios y Dios recrea la historia jugando con su omnipotencia y con la voluntad libérrima del ser humano. Eso son los dos tipos de ladrillo con los que se construye la historia. Lamento decirles que desconozco la proporción de cada elemento.

Pero lo cierto es que las palabras trascritas por Marga más que un vaticinio parecen una crónica periodística.

En cualquier cosa lo que sí tengo claro es que la batalla que viene, y que podría ser la batalla final, es batalla eucarística. Y es la batalla importante, no la de Palestina.

Eulogio López

eulogo@hispanidad.com