Insisto: no me entiendan mal: soy un admirador del diario La Vanguardia. Lo he sido siempre. Pero si sus propios redactores, entre los que se cuentan un par de buenos amigos, definen el ideario del matutino catalán como "de geometría variable", es decir, ferozmente crítico con la oposición, sea quien sea, no tengo razones para llevarles la contraria.El diario del Conde de Godó es un periódico políticamente correcto. Quizás por ello, cada domingo publica un artículo del arzobispo de Barcelona, monseñor Martínez Sistach para, inmediatamente, justo al lado, colocar al teólogo Saranyana y, de postre, al irónico comecuras Llàtzer Moix. O sea, que La Vanguardia se apunta a la metodología de ofrecer 10 minutos a los nazis y 10 a los judíos, así como otros 20 a quienes se guían por lo políticamente correcto. Teólogos y gente así.

Lo de Llàtzer Moix es muy bueno. Su último aportación (domingo 4 de septiembre) se titula "Teocracia en boga". Nos introduce en materia con el original dicharacho de "Dios ha muerto, Nietzsche ha muerto (lo había oído con Carlos Marx pero está bien) y yo empiezo a sentirme mal".

Personalmente prefiero aquel otro de la pintada en la que se lee "Dios ha muerte. Nietzsche", debajo de la cual alguien escribió: "Nietzsche ha muerto. Dios".

Esta buena pluma -la tiene, sin duda- catalana se muestra muy preocupada por la teocracia en los Estados Unidos de Norteamerica. En concreto, con Michelle Bachmann, la senadora republicana aspirante a la Casa Blanca. La hermosa candidata se ha hecho famosa por asignar el huracán Irene a un aviso de Dios. Aunque luego aclaró que era una broma, el amigo Moix se ha visto obligado a investigar más sobre esta peligrosa teócrata. Así, Llàtzer nos recuerda que la señora Bachmann también ha confesado -ajajá- que se presenta a las elecciones de 2012 porque Dios así se lo ha pedido. Esto, como comprenderán ustedes, resulta escandaloso.

Cuando oímos declaraciones tan impactantes para los progresistas, los que hablamos con Cristo en la oración diaria, sólo nos ocupamos de lo mismo que nos preocupa a nosotros: no utilizar esa oración para convertirnos en Dios, es decir, no suplantar a Dios. Para el cristiano la receta es muy clara: si lo que Dios nos dice en la oración contraviene el Evangelio o el Magisterio, es que el autor no somos nosotros sino nuestra propia esquizofrenia y, sobre todo, nuestra propia vanidad. Pero por lo demás, nos asustamos lo que se dice nada, de las prácticas de doña Michelle -otras cosas nos preocupan de ella- porque es práctica habitual del creyente. Ahora bien, el bueno de Moix está angustiado por Michelle. A renglón seguido, nos retrata la locura de la senadora en una frase definitiva: "¿Bromeaba también… cuando afirmó que otorga más credibilidad a la Biblia que a su propia inteligencia, 'porque soy muy limitada y estoy falta de conocimientos'?".

No sé si lo cogen, pero esto es importantísimo, vital. Esta fundamentalista cede en su propio juicio ante la Biblia: ¿Cómo es posible? Resulta que, en pleno siglo XXI, hay quien pretende vivir la virtud de la humildad que consiste, antes que nada, en reconocer que uno puede estar equivocado y que -¡el inexistente Padre Eterno nos ampare!-, puede que no comprenda toda la Biblia y, mientras no la entienda, asiente ante el superior conocimiento de la Revelación. ¡Dónde vamos a llegar!

A fin de cuentas, un cristiano no es otra cosa que uno que piensa que alguien puede saber más que él sobre el origen y el destino de la existencia, es decir, sobre cada cosa y sobre todo. O, como decía un viejo sacerdote amigo, Ignacio Ordovás, "Creer es decir: Dios mío, confío en ti más que en todos los sabios de la tierra y, sobre todo, más que en mí mismo".

Estoy contigo, Llàtzer, esto es grave, muy grave. Tus palabras acerca de la señora Bachmann, me recuerdan aquella sentencia del genial Goscinny, que pone en boca de un romano en plena orgía: "Esto de que los dioses se comporten como si fueran amos tiene que acabarse". Ahí le duele.

A partir de ahí, Moix se ve obligado, muy a su pesar, naturalmente, a ejercer de Dios y explicarnos cómo funciona realmente el mundo. Ojo al dato: "La humanidad es adulta y puede sentirse emancipada de la tutela divina". Llàtzer nos explica cuándo alcanzó la mayoría de edad la humanidad así como cuándo entró en edad provecta, aunque imagino que el asunto se fecha con el precitado Nietzsche. Es cierto que la humanidad todavía no ha arrancado al tutor el secreto de cómo crear un universo propio pero el éxito emancipatorio se espera a cada instante.

Y más: "Dios no tiene mucho que decir (al parecer, en la mente de muchos ateos Dios sólo existe para poder negarle el uso de la palabra) respecto a qué hacemos con nuestro cuerpo o con quién dormimos. Somos libres para eso". Para eso y para todo, claro está, porque demostrar la existencia de Dios está tirado, lo difícil es congeniar la idea de un Todopoderoso que ha creado a la criatura humana libre, con capacidad para negarle, contradecirle e incluso para dormir con quién la de la gana. Y, cuando la criatura se rebela, la decisión del tal Todopoderoso consiste en perdonarle y redimirle. Estoy de acuerdo contigo Moix: para eso sí se necesita mucha más fe, mucha más confianza.

En cualquier caso, hemos alcanzado al punto neurálgico de toda la filosofía y de toda la ciencia: ¿con quién nos acostamos?

Y así llegamos a dónde queríamos llegar. Ojo al dato: "So pretexto de que el catolicismo está arrinconado por el aconfesional Estado español, y alegando que los no creyentes son más dogmáticos que los creyentes en los dogmas católicos, se ha montado enormes actos proselitistas". Y claro, eso no se puede consentir. Ya lo explicó Enrique Barón para ejemplificar la expulsión de un católico como Rocco Buttiglione del cargo de vicepresidente europeo por considerar antinatural la homosexualidad. Barón dixit: "Se puede decir todo pero hay cosas que no se pueden decir". Jamás he escuchado una definición más clara, concisa y concreta de la modernidad emancipada de Dios, aunque no emancipada del hombre.

Acerca del dogmatismo servidor mantiene la teoría de Chesterton: "Sólo conozco dos tipos de personas: los dogmáticos que saben que lo son y los dogmáticos que no saben que lo son". Y así, nos encontramos con que el proselitismo, que no es más que uso de la libertad para dialogar e intentar convencer a los demás de aquello en lo que uno cree, resulta incompatible con la democracia. Repite la Iglesia -la peligrosa, la romana- que la fe no se impone, se propone. Y es cierto, pero no deja de ser una tautología. La fe sólo se propone porque no se puede imponer el amor a Cristo. Y los cristianos, incluidos los proselitistas, no somos los que creemos en Cristo sino los que amamos a Cristo.

Tranquilo, Llàtzer, los actos proselitistas de los teócratas no convencerán a nadie. Salvo que sean ciertos y los prosélitos se dejen convencer.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com