He sufrido mucho durante la noche del miércoles, observando a José Miguel Monzón (en la imagen), cuyo nombre artístico es el Gran Wyoming, aterrado frente a la bestial amenaza de excomunión del obispo Martínez Camino.

Me explicó. El análisis, siempre profundo, del programa 'El Intermedio', versaba sobre el último debate parlamentario acerca de la ley del aborto del ministro Gallardón.

La cosa empezó con una muy femenina colaboradora del espacio, quien introdujo el asunto con el siguiente aforismo, a cuenta de la capacidad de análisis del eterno femenino: "Dilo tú, Wyoming, que tienes más tetas que yo" (cita textual, fin de la cita). Incoado el tema de forma tan lírica, me preparé para lo mejor. La compañera guapa del ilustre Monzón, una locutora que, se percibe, siente lo que dice, y a la que Wyoming utiliza como busto parlante, nos introdujo al obispo Camino hablando de su "clara amenaza" contra las mujeres que ejercen su derecho al aborto. Aparece el obispo, mucho más feo que la periodista acusadora, se lo aseguro, y nos explica una aberración clerical, no por esperada menos hiriente: quien sea colaborador necesario en un aborto, sea la madre, la pareja de la madre, el médico o quien sea, queda excomulgado.

Ahí es cuando empecé a sufrir. Porque a Wyoming, sincero como es él, se le veía dolido ante tan totalitaria amenaza. La guapa observaba con melancolía los excesos extremistas de los curas. Durísimo.

De política no pueden hablar los curas. Sólo los políticos. Bueno, y el Gran Wyoming

Es natural, nuestro pobre marginado, el Monzón, no soportaría sentirse excomulgado, es decir, fuera de la comunión cristiana. Él, que considera que todo esto del cristianismo -Cristo, Iglesia, el Papa, el catecismo, la liturgia y las penas canónicas- constituye una monumental estafa del pasado y a la que hay que poner freno en el presente, se puede ver afectado por la posibilidad de ser expulsado de la estafa. Algo así como si a mí me excomulgaran de la comunidad islámica. Una amenaza inadmisible.

Sí, sabemos que Wyoming es un profesional de la blasfemia permanente, pero tiene su corazoncito y no puede soportar la feroz injusticia clerical de la excomunión. No conlleva multa, sanción exilio o pena de prisión, pero molesta. Hablamos de un alma delicada.

Estoy seguro que el Gran Wyoming lleva sin dormir varios días. Y sus compañeras de plató, la de las tetas mínimas y la guapa sincera, tres cuartos de lo mismo.

No les digo más que el pobre Monzón se vio obligado a defenderse del pérfido obispo Camino, con una argumentación impecable, como es propio de personaje culto de cuna y zaherido por el poder de las sotanas: La Iglesia -no forma parte del Estado -nos informó- por tanto no tiene por qué opinar sobre ley alguna.

En ese momento me acordé de que los canales de TV tampoco forman parte del Estado -creo- y que Wyoming basa su éxito en despellejar a políticos y curas, aunque para éstos últimos reserva su odio más profundo.

Pero eso, queridos amigos, no viene al caso. Lo verdaderamente revolucionario, lo que marca un antes y un después en la historia del análisis político y de la libertad de prensa, es la teoría Wyoming: quien tiene derecho a hablar de política es el Estado, es decir, los políticos. Los demás, pronto en boca. Bueno, los políticos, y el Grandísimo Wyoming, pero, de ahí abajo, ninguno.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com