Sr. Director:
La cascada de estadísticas de la EPA, conocida durante la última semana de enero,  describe la extrema debilidad de la economía española y la ausencia de resultados de una gestión gubernamental, aferrada a la retórica de unas reformas que no acaban de tocar tierra.

 

La línea de cierta recuperación en el empleo, defendida por el ministro de Trabajo con cierta osadía, no encaja con una evolución que ha deparado casi tres millones de parados más en los últimos cuatro años ni con un horizonte sin perspectiva de cambio de tendencia.

Por si fuera poco, estamos en un país con casi la mitad de las personas de menos de 25 años en paro. Es una realidad que amenaza a una generación que puede perderse entre la frustración y la autoexclusión. La resignación expresada por Zapatero ante el desempleo juvenil, cuando lo vinculó a un fenómeno estructural, fue la viva imagen de la impotencia de quien parece sentirse superado. La radiografía social del paro retrata a una sociedad cada vez más pobre y con mayores dificultades para sostener un nivel de vida vigoroso. La prosperidad de antaño se ha transformado hoy en necesidad y precariedad.

La realidad es que no existen indicios de mejora, sino más bien todo lo contrario. España no crecerá lo suficiente para invertir la tendencia del desempleo, y el Gobierno lo sabe. Por eso, en la enésima rectificación, resucitó la subvención para los parados de larga duración sin rentas, la misma que había enterrado hace unos días porque las arcas públicas estaban exhaustas. Un guiño a los sindicatos y otro a sus bases electorales que, sin embargo, constituyeron el reconocimiento de su resignación y su fracaso.

El resultado de la política social del Gobierno, en complicidad con los sindicatos, es sobre todo esos 4,7 millones de parados y el drama de sus familias. Y contra esa realidad, no sirven ni piruetas ni demagogias.

Jesús D Mez Madrid