Esta es la historia de la desinformación. La lucha contra el aborto se sobrentiende como lucha contra el aborto quirúrgico, sanguinolento, porque es más visible.

Pero aborto, o asesinato del no nacido es también el aborto químico, es todo aquel acto encaminado que fulmina al ser concebido, es decir, a aquel ser humano, aunque sea el microscópico cigoto, dotado de una matrícula genética distinta a la del padre y la madre que lo engendraron.

Lo bueno que tiene el anticonceptivo es que mata en silencio, en la más absoluta opacidad. Por eso, hay que recordar que todos los anticonceptivos que se venden hoy en el mercado, incluida la Píldora del Día Después (PDD), son potencialmente abortivos. Es decir, su efecto es doble: primero intentan evitar la concepción, pero el prestigio de las multinacionales farmacéuticas no puede quedar en entredicho, así que si no logra evitar la fecundación impide la anidación. En plata: si no actúan antes actúan después.

Por tanto, quien no quiera matar a su propio hijo no puede tomar antibaby, ni refugiarse en una estadística que, por otra parte, es imposible de realizar. Quiero decir que las posibilidades de que una pastilla sea abortiva puede ser mayor o menor, pero tampoco permitimos que nadie dispare en pleno campo a las 3 de la madrugada alegando que es casi imposible que ocasione un percance por aquello de que a esa hora no pase nadie por la calle.

Por otra parte, la mentirosa división entre anticoncepción y aborto ha calado en muchas conciencias cristianas y autoengañado a muchos. Por ejemplo, muchos moralistas aseguran que si el anticonceptivo se toma por razones médicas, no con el fin de impedir la procreación, la convivencia es posible. La razón médica más aducida es la de regularizar el ciclo menstrual de la mujer, pero los médicos saben muy bien que el ciclo se regula mientras la mujer toma la píldora y cuando deja de tomarla vuelve a la irregularidad. Una mujer no es un reloj. Añadimos así, a la posibilidad de un crimen, una gran mentira.

Y esto no es un mandato cristiano, es un mandato del Evangelio de la Vida. No hablo de religión, hablo de moral o de ética. Prueba de ello es que el único antibaby no abortivo es el condón (o el onanismo, si lo prefieren) y la Iglesia prohíbe ambos. Los prohíbe porque la Iglesia habla en positivo, no en negativo. La moral cristiana no es un "no" sino un "sí", en este caso un sí a la vida. Por tanto, lo que la Iglesia exige a los católicos es que no cieguen las fuentes de la vida. Prohíbe el condón y prohíbe el onanismo, aunque no resulten abortivos ni el uno ni el otro.

Ahora bien, el anticonceptivo, todos los anticonceptivos que se venden en las límpidas farmacias, sí, son o pueden ser abortivos. Y no podemos disparar a las 3 de la mañana por el hecho de que resultaría muy improbable que le diésemos a alguien. La mera probabilidad, por muy remota que sea, hace que la ley lo prohíba. Y es que la persona es sagrada.

Con esta confusión, a muchos jóvenes novios católicos no se les explica esto y programan su matrimonio con anticonceptivos, especialmente cuando el consejo viene de maestros de moral católica, a veces muy buenas personas. Cuando sean mayores se arrepentirán de haber cegado las fuentes de la vida.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com