"Los grandes sofistas envenenan a las masas descreídas del mundo actual con el veneno del pesimismo, que es hijo de ateísmo". Son palabras de Leonardo Castellani (en la imagen), en su libro Los Papeles de Benjamín Benavides que acaba de editar Homolegens, libro imprescindible para entender lo que está pasando en la Iglesia y, por tanto, en el mundo.

Miren ustedes, por de pronto, en las crónicas de sede vacante percibo cierto pesimismo, hijo del ateísmo porque, si rezo, estoy libre del "extremo rigor de la soledad del alma".

Al parecer, reina la confusión en el orbe cristiano y en una urbe romana sobre el futuro Papa. La renuncia de Benedicto XVI nos ha dejado en fuera de juego. Lo de Juan Pablo II fue un lento declinar y hasta los vaticanistas acertaron en su sucesor, Benedicto XVI. El asunto era previsible. Pero ahora no.

No podemos caer en el sacrilegio del pesimismo, porque el pesimismo es hijo del ateísmo y nieto de la falta de confianza en Cristo. Si confiamos en la Providencia todo asomo de tristeza sobre en un cristiano desparece. De la elección del nuevo Papa se encarga el Espíritu Santo. Si te lo crees, no hay pesimismo que valga. Si no te lo crees, el problema no tiene solución. Pero la culpa no es del Espíritu Santo.

Será Papa quien tenga que serlo, no quien decidamos los periodistas ni tampoco quien decidan los 115 cardenales con poder de voto. Será Papa quien elija el Espíritu Santo.

Un detalle: prefiero ver al Colegio Cardenalicio rezando juntos el rosario o meditando ante el Santísimo que congregados para debatir qué es lo que necesita la Iglesia. Lo que necesita la Iglesia no lo sabe ni el futuro Papa: cuando sea nombrado, el Espíritu Santo se lo contará. Esto no es una elección política.

Eulogio López

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