Con gusto cedo hoy esta tribuna a Juan Carlos García de Polavieja. Su artículo no necesita glosa porque pone en su sitio tanto a los vaticanólogos, o intérpretes de la renuncia de Benedicto XVI (en la imagen), según criterios humanos, ya saben, lucha por el poder y otras exageraciones, como a los demasiado apocalípticos, asimismo tendentes al histrionismo.

Por decirlo de otra forma: ante un hecho de estas dimensiones no se trata ni de interpretar las profecías ni de ignorarlas. Ni de amplificar su ruido ni de taparse los oídos.

Ocurre algo parecido a la eterna discusión sobre el juicio final: fecharlo es un error contra el que nos advierte el mismo Cristo; negarlo es apartarse del Cristianismo que repite -empezando por el Credo y siguiendo por el Evangelio- la segunda venida de Cristo. Lo segundo es racionalista y por tanto, absolutamente irracional: lo primero es convertir la profecía en un acertijo.

En castizo: que algo gordo está ocurriendo en la Iglesia y, por tanto, en la humanidad, es evidente; que muchos se empeñan en certificar que lo gordo consiste en una conspiración de progres y carcas o de oscuras conspiraciones en las covachuelas romanas es como pedirle a un estudiante de básica que interprete la fusión nuclear.

Pero lo que está claro es que la conversión de la humanidad -de la mayoría, diríamos en términos políticos- sigue siendo la asignatura pendiente y que cuando Polavieja habla de gran apostasía, con su necesaria purificación de la Iglesia, no está hablando por hablar.

No dejen de leerlo: proporciona demasiadas claves acerca de lo que está ocurriendo y acerca del enigma Ratzinger.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com

                   CLAVES  DEL  MOMENTO  RELIGIOSO

 

                                                                                                     J.C. García de Polavieja P.

 

     El cese de Benedicto XVI abre una situación sin precedentes en la Iglesia. La actitud del pueblo cristiano, prevenido contra los medios de comunicación y, al mismo tiempo, sobrecogido por lo que contempla, es de serenidad no exenta de zozobra… La confianza se pone mayoritariamente en la oración y el sacrificio, remedios infalibles para todas las crisis. Los católicos imploramos al dueño de la historia que la Iglesia pueda salir renovada del presente trance.

     Las noticias que llegan de Italia y de otros lugares no contribuyen a tranquilizar los ánimos. Por ello parece oportuno tratar de esclarecer, en la medida de lo posible, los grandes temas interconectados que presenta la situación y que se han convertido en  objeto de controversias y pronunciamientos. Esas grandes cuestiones son, de menor a mayor trascendencia, la renuncia del Papa  Benedicto como hecho paradigmático; la validez de las profecías referidas al destino del pontificado; y, por último, la condición espiritual que Jesucristo pide a sus fieles en este tiempo decisivo. Contra la opinión más extendida, ésta última cuestión es con mucho la que mayor relevancia encierra para el futuro de la Iglesia.

 La validez de la renuncia del Papa Benedicto XVI no ofrece duda en el terreno jurídico – canónico- que es el único que cuenta en el plano de las realidades formales. El Papa se va porque lo ha juzgado oportuno; afirmando públicamente que su decisión ha sido personal, libre y largamente meditada. Sería impertinente y temerario contradecirle. Lo que afirma es, a todas luces, cierto y no supone contradicción con aquello que desde fuera pudiera conjeturarse, porque su relación con el Espíritu divino, único proveedor de dones para sus Vicarios en la Tierra, la puede explicar únicamente él. 

     Lo que ha extrañado al pueblo sencillo no son esas interioridades inaccesibles de la decisión, sino las contradicciones en lo conocido por todos: Un año de la fe en la mitad de su recorrido; una encíclica preparada que quedará inédita y unos pronunciamientos recientes cuya combatividad hacía esperar otra actitud. Los enfrentamientos en la Curia apuntados por algunos analistas solventes (como el mejicano Alberto Villasana) tienen dimensiones diferentes de las que se señalan (la fricción Sodano-Bertone) porque el verdadero problema ha estado siempre por encima de esa rivalidad muy real;  lejano a Sodano pero tratando de erosionar a Bertone con la máxima saña... Sin conseguirlo. Aunque el Vatileaks, cerrado en falso con un testaferro de segundo orden, ha dejado una situación "en tablas" que explica los últimos rifirrafes. De confirmarse las noticias de The Tablet (http://m.thetablet.co.uk/article/163844) sobre la creación de tres nuevos cardenales el mismo día 28, casi en el límite del tiempo, las expectativas del cónclave se verían alteradas.

     La exposición del pensador italiano Enrico María Radaelli acerca de la legitimidad o ilegitimidad de la renuncia - publicada el pasado día 20 de febrero – ha levantado una polvareda en los medios católicos, italianos y de todo el mundo. Sus argumentos en los planos metafísico y teológico son muy difíciles de rebatir aunque chocan con la vigencia indiscutible de la medida en el terreno canónico, que es el único válido para el desarrollo de la vida eclesial.  Pero Radaelli ha abierto, quizá sin proponérselo, una serie de interrogantes que por afectar la dimensión sacra, sobrenatural, de la Iglesia no van a carecer de repercusiones, sino todo lo contrario. 

 

     El recurso del pueblo católico a las profecías y revelaciones era inevitable en estas circunstancias y, además, necesario: Para eso adelanta el Cielo sus advertencias, para que orienten a los creyentes en tiempos definitivos.  Las voces que se alzan contra las profecías no están en sintonía con el modus operandi divino de todos los tiempos; pero, además, llaman a una "confianza" que, al despreciar las mociones del Espíritu, se reduce en realidad  a confianza en las estructuras humanas, con el peligro que ello encierra… La verdadera confianza se sustenta en la seguridad del Retorno del Señor, porque los cristianos sabemos que el Reino NO se realizará por un triunfo histórico de la Iglesia en forma de proceso creciente (Catecismo 677) y, en cambio, hemos recogido suficientes anuncios de los Papas acerca del tiempo que ya vivimos. En este sentido, la lista de los pontífices de San Malaquías goza de la confianza del pueblo fiel y está por encima de discusión: Varios papas la han autentificado oficiosamente al utilizar los lemas correspondientes como cosa propia y, además, puede documentarse el cumplimiento de todos los lemas de los últimos siglos, que certifica por completo su carácter profético con arreglo a las Sagradas Escrituras (Dt 18, 22). La ciencia del P. Igartua s.J. al respecto está, por supuesto, muy por encima de la de sus detractores.

     Las profecías y revelaciones privadas son necesarias precisamente para que las conciencias contemplen la posibilidad de un asalto del Adversario al Santuario de Dios (2 Ts 2, 4), posibilidad alertada por el Apóstol e históricamente presente en el ánimo de los cristianos. Ese ha sido el meollo de las advertencias de La Salette, de Fatima y de Akita. Por si fuera poco, al no consignar el capítulo XI de Zacarías otros pastores reinantes  - entre el pastor-cayado Vínculo y el pastor-no cayado Necio - la actitud de alerta se hace inevitable. Podemos y debemos rezar para que el Espíritu Santo nos envíe un Papa santo en el próximo cónclave – como vaticinan, por ejemplo, López Padilla y Alberto Villasana, grandes especialistas – pero no escandalizarnos si el Paráclito decidiese que los tiempos están maduros para la Pasión purificadora de la Iglesia.

 

     Pudiera estarse aproximando una apostasía sin precedentes en la historia. Una apostasía cuya gravedad no habría sido calibrada, porque las miradas se han ofuscado ante las contestaciones y desobediencias abiertas, que son amplísimas, pero no descubren otras carencias menos llamativas, en la disposición de aquellos segmentos eclesiásticos que pasan por más auténticos: El verdadero problema de la Iglesia actual, su drama, podría ser la madurez y la altura espiritual, deslumbradora, cegadora, de sus adalides piadosos. Sería esa grandeza religiosa la que les hace incapaces para nacer de nuevo (cf. Jn 3, 3ss) convirtiendo a los presuntamente más fieles en campo abonado para las deserciones. Algunas de ellas ya acaecidas,  aunque todavía ocultas.

      Las obediencias ciegas por "sentido de Iglesia" tendrían que realizar una autocrítica suficiente para lograr distinguir la lealtad genuina de otras posibles razones, escondidas en las conciencias y en los chiringuitos particulares… Solo así se podría evitar, en días cercanos, que su alineamiento acrítico se convirtiese en seguimiento desviado.

      Explicar esto supone, nuevamente, clamar en el desierto. Porque las alturas raramente se avienen a tomar en consideración aquello que ha sido revelado sólo a los pequeños. La gran metanoia escondida de este momento espiritual es la recreación – ese nacer de nuevo – en la humildad y en la pequeñez. Recreación operada única y exclusivamente en el seno de la Virgen María, por designio divino. ¿Puede un cristiano viejo nacer de nuevo Sí: por medio de la Madre del Señor y nuestra. María de Nazaret puede hacer y hace el milagro. Pero, para ello, ese cristiano ha de recurrir a Ella y escuchar con atención y sencillez sus mensajes. A través de ellos, obedeciéndola, surge el renacer del espíritu. Fuera de ahí, pronto no habrá  más que fachadas sin contenido.