Sr. Director:
Vivimos en una sociedad en la que los cambios culturales se han producido de forma acelerada, no hemos asistido a una evolución de procesos armónicos, pausados, sino a una revolución en todos los niveles de la convivencia humana.

 

Se consideraba que la ciencia y la técnica iban a resolver casi todo y que ambas darían lugar al bienestar y felicidad del ser humano. Parece ser que esto no ha sucedido y existe un ambiente de inseguridad y de cierto desencanto. Muchos, al arrojar por la borda los grandes principios éticos, morales y religiosos que sostenían la familia y la sociedad entera, so capa de progresismo, han dado lugar a actitudes hedonistas, nihilistas, intrascendentes y han "creado" la "cultura" de la insolidaridad, la competitividad, el consumismo irracional y la corrupción de los que manipulan el becerro de oro.

Algunos medios de comunicación, como la televisión, están al servicio de actitudes que halagan los instintos menos nobles de la persona humana. Y el individuo, arrojado a un mundo instintivo y sin dimensiones trascendentales, se ve agredido por incómodas neurosis, por una serie de enfermedades psicosomáticas, por el estrés de una "cultura" puramente horizontal, sin esperanzas ni eternidades. La angustia existencial se percibe en el arte: pintura, música y literatura muestran la angustia y los temores del ser humano actual.

Las noticias que recibimos cada día, a través de cualquier medio de comunicación, son desgarradoras: malos tratos a mujeres; niños de un colegio que agreden a un profesor o a un compañero de clase; drogadicción de jóvenes sin horizontes; aumento de la violencia en general; graves consecuencias del libertinaje sexual; notable aumento del número de abortos; abandono de las personas mayores; etc. La realidad es que si se aceptan como válidas una serie de degradaciones morales, el ser humano acaba destruido. No está mal recordar una frase de André Frossard: "Los bárbaros del siglo XX no invadirán nuestras fronteras. Los tenemos dentro. Somos nosotros mismos."

Al reflexionar, se comprueba que, aparte de la mitificación del progreso y de la ciencia, hay algo muy importante que también se ha mitificado: la libertad. ¿Por qué esta afirmación? Por lo siguiente: la libertad se concibe frecuentemente de manera anárquica o, simplemente, anti-institucional, se la convierte en un ídolo. Hay una afirmación del, entonces, cardenal Ratzinger: "La libertad humana solo puede ser, en todo momento, la libertad de la justa relación recíproca, la libertad en la justicia; de lo contrario se convierte en mentira y lleva a la esclavitud".

En la sociedad occidental se disfruta, afortunadamente, de libertad y esta situación la desean otros pueblos que están oprimidos en pleno siglo XXI. Las decisiones tomadas por mayoría, en las democracias, son el camino más razonable para llegar a soluciones comunes. Pero la mayoría no puede ser el principio último ya que hay valores que ninguna mayoría tiene el derecho de abrogar. La realidad es que existe hoy un canon alterado de los valores, hay zonas indeterminadas y oscuras. A veces, en nombre de la libertad y de la ciencia se provocan heridas graves a un valor fundamental que es la vida: aborto y manipulación de embriones. Como también dijo el cardenal Ratzinger: "Hay que dejar espacio a las desmitificaciones de los conceptos de libertad y de ciencia si no queremos perder los fundamentos de todo derecho, el respeto por el hombre y por su dignidad".

En un debate entre filósofos que tuvo lugar en Italia, hace unos años, se plantearon temas como la libertad, el consenso y los valores. El periodista Gad Larner lanzó la siguiente pregunta: "¿Por qué no tomar como criterio los Diez Mandamientos?" Y es que, realmente, los Diez Mandamientos no son propiedad privada de los judíos o de los cristianos. Son una expresión altísima de razón moral que se identifica ampliamente con la sabiduría de las demás grandes culturas. Podría ser esencial para resanar la razón, para un nuevo relanzamiento de la recta razón.

Carlota Sedeño Martínez