Es sabido que el presidente del Santander, Emilio Botín, no se va a jubilar jamás. Lo suyo es el trabajo y la vida sana y perdurable.

Pero su afán por la salud va más allá. Es proselitista. Por esa razón, el Santander programa para sus empleados cursillos de formación bajo el osado nombre de Corporate Athlete. Y allí en la sede corporativa de la entidad, en Boadilla del Monte, provincia de Madrid, los empleados se ponen en chándal y se castigan duramente, mientras reciben charlas sobre las bondades del deporte.

Hasta ahí la cosa resulta pasable. Más problemas tuvo la dirección cuando propuso a los trabajadores realizar análisis de sangre. A pesar de asegurarles el anonimato de los resultados, resulta que alguno se ha negado, lo que les sitúa ya en calidad de sospechosos.

La guinda de la tarta ha venido de la mano del eminente cardiólogo Valentín Fuster, con un programa anexo sobre prevención de cardiopatías. A algún remiso se le ha tenido que advertir que el departamento de Recursos Humanos del banco no conocerá los resultados de las pruebas, no vaya a ser que a don Emilio le acometa la feroz tentación de desprenderse de algún afectado y evitarse bajas incómodas o aún más incómodos pagos de pensión. Pero esto, se lo aseguro, es sólo una sospecha del abajo firmante, de suyo malpensado.

Más práctico me parece lo del colega de Botín, Francisco González, presidente del BBVA, quien instaló en la planta noble de la sede corporativa de Azca todo un gimnasio y que cuando viajaba a Bilbao gustaba de hacer 'footing' por los parques de Bilbao, junto a su cuarto guardaespaldas que, con este método, también se ponía en buena forma.

Y es que la sociedad está ligeramente obsesionada por la salud y la seguridad, que viene a ser lo mismo: la obsesión por perpetuarse en este mundo, objetivo aún inconcluso pero no despreciable. En nombre de la salud y de la seguridad estamos dispuestos a aceptar cualquier merma de libertad, vaya que sí.

Ya lo decía Clive Lewis: en un futuro próximo los jueces serán médicos, por lo general psiquiatras, que encerrarán a los delincuentes en sanatorios mentales, y que les dirán a sus reclusos-pacientes: "Pero querido amigo, nosotros no queremos juzgarle: queremos curarle".

Eulogio López

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