La prensa pepera se ha rasgado las vestiduras debido a que la ministra de Defensa, Carme Chacón, la muy grosera, no ha invitado a Federico Trillo al décimo aniversario de la defunción del Servicio Militar Obligatorio. Y eso que fue Trillo quien firmó el decreto por el que se acabaron los reemplazos.

Tras el desaire vino la excusa: doña Carme, que como buena progresista nunca pide perdón, emitió a través de sus subordinados que se trataba de un acto destinado a la sociedad civil, de lo que debemos deducir que lo del político Trillo no es sociedad civil mientras la política Chacón sí, aunque más lógico sería calificar a doña Carme como sociedad militar.

Y todo esto es bello e instructivo, porque servidor considera que, en lugar de celebrar el décimo aniversario de la supresión de la mili deberíamos celebrar el décimo funeral por tan funesta medida. Les aseguro que poseo escaso espíritu castrense. Es más, a los 17 años de edad (de la quinta del 60, como Zapatero, aunque rechazo cualquier responsabilidad, hablen con mis padres) comencé a pedir prórrogas con la aviesa intención de ser declarado inútil total. Sordera, miopía y demás parapetos para servir en el Ejército. Al final lo conseguí, y no fui declarado inútil total porque ya estábamos en democracia y donosamente se nos catalogaba de excluido total.

Pero hoy me arrepiento. La mili clavaba en la población masculina -que hoy debería extenderse a las mujeres, por aquello de la igualdad- una idea hoy olvidada: le debo algo a la sociedad en la que vivo y esa deuda hay que pagarla. No le debo tanto como a Dios, a la familia o incluso, si ustedes quieren, a los amigos. El servicio militar obligatorio era una especie de impuesto que había que pagar pero mucho más noble, porque no ofreces dinero sino tu tiempo y tu disponibilidad, que es mercancía más preciada que la pecuniaria.

Chacón ha cantado las excelencias de la profesionalización de la milicia. Siempre me ha llamado la atención el viraje semántico que durante los últimos 30 años ha dado el término profesional. ¿Se acuerdan cuando en las Olimpiadas no se admitía a deportistas profesionales? Lo bueno era ser aficionado. Hoy llamarse profesional, es decir, el que hace algo a cambio de dinero, es sinónimo de riguroso, mientras que el aficionado es un ser sin la categoría necesaria para llegar a cobrar por lo que hace. Sin embargo, el ciudadano sólo debería enorgullecerse de aquello que hace porque le viene en gana, no porque le paguen. Vamos, que supongo que la mayoría de quienes leen estas líneas estarán más orgullosos de su cónyuge que de su empresa.

Y si no creías en la patria española o eras pacifista, al servicio social sustitutorio, pero algo hay que devolver a la sociedad lo que la sociedad te ha dado. La mili es una mera cuestión de gratitud y no olvidemos que la primera forma de pensamiento es el agradecimiento.  

No fue la izquierda, sino la derecha acomplejada de José María Aznar y de Federico Trillo, la que terminó con la mili. Por tanto, Trillo debía haber sido invitado... al responso.

Propuesta: resucitar la conscripción.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com