El independentismo ha generado una España divertida. Un poco patética, pero divertida.

Que no, que no va a pasar nada en Cataluña, pero mientras tanto, si no nos da por dramatizar, nos vamos a divertir un montón. Esta es la historia de la crisis catalanista.

Dramatizaciones al uso, realidad e imagen. En Madrid, importantes empresarios han decidido igualar los adjetivos nacionalista y chorizo, y recuerdan que los hijos de Pujol 'conducen lamborghinis'. Todo ello sobre el enigma del nivel de vida del
icono nacionalista catalán: la familia Pujol. Se trata de sembrar la idea de que todo nacionalista es corrupto, de la misma forma que los nacionalistas siembran otra idea falsa: que no existe ningún catalán que se sienta español.

Viajamos a Barcelona. Allí se ha acuñado el concepto de "oligarquías
políticas españolas", amamantadas con el esfuerzo del trabajador catalán. Al parecer, olvidan que muchas de esas oligarquías madrileñas son catalanas, o que muchos catalanes triunfan en Madrid porque triunfar en Madrid es triunfar de verdad, dado que un país más grande tiene más influencia en un mundo desgraciadamente global.

La coña de las balanzas fiscales, que más parece las Cuentas del Gran
Capitán. Si hablamos del quién puso más", todos los datos son ciertos y todas las interpretaciones son
falsas.

El perverso uso del idioma. Enric Juliana es uno de los más brillantes cronistas políticos españoles, del diario La Vanguardia. No sé calificar su estilo en el idioma periférico –geográficamente periférico- pero en español escribe de miedo. El presidente de la Generalitat, Artur Más riñe a Enric Juliana durante la rueda de prensa realizada en la 'embajada catalana' en Madrid: ¿Quiere que le responda en castellano o en catalán? Porque ambos hablamos catalán y usted me pregunta en castellano.

Vamos que el señor Mas no está dispuesto a admitir que un periodista catalán le pregunte en castellano en Madrid.

Me lo cuenta un independentista catalán: "Lo único que estamos dispuestos a admitir de España en el futuro Estado catalán es al Rey de España y la Liga BBVA". Lo primero me lo cuenta antes del famoso llamamiento del Rey a la unidad nacional. Lo segundo tiene su lógica: como el inconmensurable Barça tenga que disfrutar un campeonato de liga con el Sabadell, el Gimnástico de Tarragona y el Lleida, además del Espanyol –que también son ganas de provocar- me temo que el Camp Nou se queda vacío.

Todos esos episodios más o menos chuscos, demuestran lo que ya he dicho de los catalanes: son unos sentimentales. Estoy convencido de que, si dejamos a un lado a los profesionales de la política –Oriol Pujol, Artur Mas y compañía- la inmensa mayoría de los catalanes no quiere separarse de España. Y a la mayoría de esa mayoría les importa una higa.

Con los catalanes uno siempre se puede  entender. Con los vascos es más difícil: la carta Hispanidad debería tener miedo, donde un 'botante' de Bildu nos amenaza, marca la diferencia entre ambas comunidades.

Ahora bien entenderse no es ceder, sobre todo con un sentimental. Mis amigos y fuentes catalanes me repiten que si Rajoy cediera en algo, por ejemplo en el Pacto Fiscal. Yo creo que no.

¿Dónde está el límite? Un sentimental no tiene límites. Un sentimental pide comprensión, no dinero. Dinero, y el poder que conlleva, sólo lo pide la Generalitat y La Vanguardia y Sandro Rosell. Es decir, lo pide el poder, no el hombre de a pié, que no quiere la independencia sino mayor bienestar. Entre otras cosas, porque sabe que la independencia sería su ruina.

En Cataluña nos vamos a divertir un montón porque, como he repetido en otras ocasiones, al independentismo no le interesa el Estado de Derecho sino el tamaño del Estado. Y eso no son principios, sino sentimientos, no hablamos de ideas, sino de identidades. Las ideas las desarrollamos nosotros, las identidades nos vienen dadas. Nadie elige a sus padres ni a su patria: Alguien lo ha decidido por nosotros.