Sr. Director:
Un hombre bajaba por una Alameda, estaba rodeada de frondosos árboles centenarios.

 

En aquella Alameda vivían esos árboles con gran reposo, tenían grandes raíces, fruto de tantos años de plantación, pero esas raíces se iban haciendo grandes, hasta ir descubriéndose, y así contemplaban el caminar de tantos transeúntes, que ellos a su vez los ignoraban, ni siquiera percibían su presencia, caminaban con las prisas que los tiempos van marcando. Pero las raíces sí conocían cada época del año esos ciclos temporales, que son las cuatro estaciones del año.

Pasó el invierno y se acercaba la primavera, el olor a azahar invadía el ambiente, las tardes se hacían largas y luminosas, se iba notando esa alegría malagueña, que va unida a esta época floreciente. Olores, naranjos, flores, fue entonces cuando aquel hombre percibió aquellos brotes de raíces, estaban como ríos desbordados de su cauce, le pareció que su presencia merecían su atención, ¿una pregunta?, ¿una respuesta?, y así sin más, se acercó a aquellas raíces y con voz solícita, le pregunta: ¿Qué esperas? He esperado con gran paciencia esta época, estos días, y tras una gran reflexión, he salido a flote a la superficie, mis raíces son profundas y no se resquebrajan, he salido a recibir la Semana Santa.

Aquel hombre ya mayor, curtido por la vida, con preferencias y costumbres, arraigadas en su alma, de religiosidad y profundidad no dudó en unirse a aquel pensamiento, él sentía también cada año en su interior por estas fechas que esperaba la Semana Santa. Era firme en su fe y era un gran cofrade, era firme en su fe y era un buen cristiano.

Y empezó a soñar… Y sus sueños le llevaban a sentir la paciencia de aquellas raíces que habían sido pisoteadas por tantos pies ignorantes y refrescó en su mente las injurias, las ofensas, los latigazos que sufrió Jesús en el Coronado de Espinas, en la Buena Muerta, en el Cristo de Mena, y en su Expiración.

Y volvió a soñar más intensamente que todos los hombres le esperaban en su recorrido procesional para amarle, desagraviarle compensarle en su dolor, saliendo a las calles para honrarle. (Prescindiendo de esa algarabía de masas que hacen tanto ruido). Aunque ellos también sienten y rezan.

A derecha e izquierda, los Cristos ven esa multitud que andan como oveja sin pastor. Podría llamarlos uno a uno por sus nombres, por nuestros nombres, porque ahí están todos los que vivieron la fe desde pequeños en sus hogares, los que se alimentaron de la doctrina de la Iglesia, los que fueron fieles, los que podrían despertar de nuevo. "Todos" entran en sus sueños.

La gente sale a ver procesiones porque quieren, porque quieren seguir a sus Vírgenes, porque quieren dar sentido a su vida y porque cada imagen merece una mirada de compasión y de amor. No, no todo está perdido.

Recordó una frase de Graham Greene: "Si conocierais el fondo de cada persona, de cada cosa, tendríamos compasión hasta de las estrellas", sólo falta valentía, sobran respetos humanos, porque la compresión nace de la humildad y la rebeldía de la ignorancia. Hagamos de la comunicación una información más veraz y de esa manera encontrarán en la vida ese gran asidero.

Juan Manuel de Prada, hace unos días escribía: "para que haya entrega a una causa, tenemos primero que amarla, y sólo se ama a aquellas cosas que se conocen", sigue soñando... Que serán días de cambio para mucha gente, porque al vivir la Semana Santa se cruzarán con la mirada de Dios, ¡ese Dios que nos espera!

En su sueño y en ese sueño despertó, oyendo una voz, que era la promesa que recibimos y conservamos los cristianos. "En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso". (Lucas 13.43)

Aunque este año ha sido diferente, la lluvia ha cambiado el sueño de este personaje malagueño porque han sido muchas las cofradías que no han podido hacer su recorrido por las calles, si bien, la gente -tal vez con más ilusión, que otros años- se ha desplazado a sus casas de Hermandad a rezar con ellos.

Inés Robledo Aguirre