El presidente norteamericano Barack Obama ha decidido no secundar el ataque que Israel tenía previsto para destruir el mecanismo nuclear iraní.

A cambio ha lanzado un bloqueo financiero y energético a Irán, cuya primera consecuencia ha sido ahogar aún más a todo Occidente, especialmente a Europa que sigue siendo tan dependiente del precio del petróleo y el gas como hace 50 años.

Su secretaria de Estado, Hillary Clinton, quería secundar el ataque hebreo, pero donde manda patrón no manda marinero. No es que los judíos necesiten a Washington para atacar, lo que le necesitan es para defenderse de un posible ataque combinado árabe tras la operación. Ahora bien, de la misma forma que el bloqueo económico a Cuba no ha conseguido apagar la amenaza castrista, el bloqueo económico a Irán, además de imposible -pues Rusia y China apoyan a Teherán- no impedirá que Teherán consiga su arma atómica.

Los pacifistas siempre hacen lo mismo: con gesto exquisito renuncian a la violencia pero provocan más división aún. Obama es un firme convencido de que está acabando con el fundamentalismo árabe a costa de sembrar guerras civiles en Egipto, Túnez, Libia, Siria y, si alguien lo remedia, la cosa llegará a Afganistán y Paquistán. La política Obama puede resumirse así: que se maten entre ellos, que sus muertes no me harán perder votos en las presidenciales de 2012. Hay que pensárselo dos veces antes de intervenir militarmente en un país, pero hay que pensárselo tres antes de promover guerras civiles en ese país.

Lo mejor, sin duda, es que no fuera necesario ni el comando judío ni el ataque occidental al Irán de los ayatollás. La solución ideal no es ni la de Bush ni la Obama. Lo mejor es que el conflicto se solucione con diálogo. Ahora bien, el pacifista sólo consigue una paz sin justicia y, en consecuencia, sólo logra demorar la violencia hasta que la injusticia insostenible estalla en otra violencia mayor. Y, de paso, no se moja. Obama se comporta con Irán como Neville Chamberlain: su pacifismo con los nazis provocó la II Guerra Mundial, pandemonio de violencia.

Y caso iraní nos retrotrae a Tolstoi. El 99% de los cristianos considera que el mandato evangélico de poner la otra mejilla cuando te arrean una bofetada era una imagen de Cristo, una parábola, una metáfora. En ese grupo del 99% me encontraba yo hasta ayer. Mi única forma de cumplir lo que consideraba un deber imposible, como el de la exigencia de perfección, era convertir a orden en imagen, lo real en virtual.

Ahora he cambiado de opinión, que no de hábito. Cómo no, se lo debo a mi maestro, Chesterton. La editorial Espuela de Plata publicó recientemente Tipos Diversos, porque don Gilbert era maestro en muchas disciplinas y entre ellas se contaba la biografía. Las tenía cortas y largas. Este volumen recopila alguna de las cortas, y entre ellas la correspondiente a esa figura antipática llamada León Tolstoi. Pero como Chesterton poseía la rarísima virtud de la ecuanimidad fue el único capaz de ver virtudes personales en quien el común de los mortales sólo vemos virtudes literarias.

Y así, Chesterton desmenuza el pacifismo de Tolstoi y eso le lleva, como no podía ser de otra forma, a la famosa segunda mejilla. Esto es lo que dice (Chesterton, no Tolstoi): "El mandamiento de Cristo es imposible pero no disparatado. Más bien es como predicar la cordura en un planeta de lunáticos... Es cierto que no podemos poner la otra mejilla y la única razón de ello es que carecemos del valor necesario. Tolstoi y sus seguidores han demostrado que lo tenían, e incluso si pensamos que se equivocaban, con ese signo vencen. Su doctrina tiene la fuerza de lo enteramente coherente. Representa esa doctrina de la bondad y la no resistencia, que es la última y más audaz de todas las formas de resistencia a cualquier autoridad. Es la gran fuerza de los cuáqueros, aún más formidable que la fuerza de las más cruentas revoluciones. Si los seres humanos pudieran lograr una auténtica resistencia pasiva, tendrían esa misma fuerza atroz propia de la cosas inanimadas, obtendrían la exasperante serenidad del roble o del acero, capaces de vencer sin resentimiento y de ser vencidos sin humillación".

Y es que los pacíficos no sólo son la gente más valiente sino la que impone mayor autoridad. Por ahí debe andar el secreto y que yo no sea capaz de ello no significa que no sea posible.

Eulogio López

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