Como la Providencia es muy bromista, el checo Vaclav Havel y el norcoreano Kim Jong Il morían, con un intervalo de horas.

Fueron dos hombres de finales del siglo XX, el uno justo, el otro homicida, el uno armado con la palabra, el otro con misiles atómicos; el primero creía en la gente, el segundo sólo buscaba eliminarla. La muerte de Havel provoca que todos hablen sobre su legado, la de Jong Il que todos nos preguntemos qué va a pasar con Corea del Sur, con Japón… y con los norcoreanos.

Cuando Vaclav Havel recibió en Checoslovaquia libre, recién liberada del comunismo, a Juan Pablo II, aseguró no estar seguro de saber lo que era un milagro, pero consideraba milagroso que él pudiera recibir a su "colega dramaturgo", Juan Pablo II, como presidente de una Checoslavaquia libre. Precisamente a Juan Pablo II, "el blanco del odio y el terror de los comunistas".

Havel y Wojtyla mantuvieron siempre una relación de amistad y una admiración mutua profunda. Y eso que Havel no era católico. Y es que ambos habían llegado al mismo convencimiento sobre el comunismo, al que Havel definió como "la cultura de la mentira". Yo diría que más que cultura, el leninismo constituía el imperio de la mentira, pero dejémoslo en terminología Havel.

Y así es: todo en el comunismo es falso. El nazismo era una bestialidad y ni tan siquiera trataba de ocultarlo. El comunismo, por el contrario, ha sobrevivido más tiempo, aún pervive, porque se disfrazaba de virtud, de solicitud por la miseria y de justicia social. Cuando se comprende esto, es cuando se puede derrotar al comunismo.

No se trataba de oponer al Ejército rojo un ejército más poderoso, ni tan siquiera un tribunal imparcial, sino de que, en palabras de Karol Wojtyla, "el mal se deshiciera a sí mismo" mediante la denuncia. El Nuremberg del comunismo es la palabra libre y el hombre es libre porque ha sido redimido por Dios. Curioso resulta que un no-católico como Havel tuviera una obsesión literaria: la idea de la redención.

Kim Jong Il es una viva muestra de tirano diabólico del siglo XX, ya entrado en el siglo XXI. Y la marca de este tipo de tiranos es el desprecio absoluto por la persona. Corea del Norte constituye el arquetipo de la revolución comunista llevada a sus últimas consecuencias: una potencia nuclear y agresiva, con uno de los ejércitos más activos del mundo, lo que significa eso que están ustedes pensando, que convivía con un pueblo que se muere de hambre por millares.

Menos mal que se ha muerto de un infarto (o, al menos, eso parece). De otra forma, podía haber sentido la tentación de que el mundo se enterrara con él, tentación habitual de todos los tiranos, que siempre mueren presas de la desesperación.

Hay que elegir entre la palabra y la violencia, que es lo mismo que elegir entre el Cristo y nosotros mismos.

Eulogio López

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