Disfruto mucho con los telediarios de La Sexta, porque me recuerdan mi juventud. Nostálgico que es uno.

Vivíamos entonces la primera Transición a la democracia, y la Universidad se convirtió en un estruendoso régimen asambleario, explosión de sana libertad y solemnes necedades donde los adolescentes nos dividíamos en dos bandos: los que se sentían llamados a cambiar el país y los que se sentían llamados a cambiar el planeta. Yo figuraba en el segundo grupo, el de los más cretinos pero, qué quieren, da gustirrinín recordarlo.

El problema de la tele más zapateril, La Sexta, es que no ha superado su simplicidad adolescente. En el telediario de la tarde del jueves 2, sin ir más lejos, nos obsequiaron con un editorial en imágenes sobre el Diccionario Biográfico de la Academia de la Historia, polémica centrada en la biografía de Franco, obra del historiador Luis Suárez. Sólo les diré que en las imágenes que aderezaban el "fascismo español" apareció hasta el fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá, en una tertulia con miembros de la Obra, como demostración fehaciente del totalitarismo franquista. Seguramente, los susodichos miembros planeaban una razzia en el Paseo de la Castellana.

Y todo esto es bello e instructivo, porque anima a releer a Suárez. Un tipo al que fusilan de esta forma seguramente debe resultar interesante.

Hace un tiempo leí la biografía de Franco de Luis Suárez, editada por 'Homo Legens', y descubrí al autor que ha colocado a Franco en su sitio. La verdad es que su empeño en distinguir entre régimen autocrático o totalitario creo que contribuye poco a aclarar conceptos, aunque La Sexta los tiene tan claros que es inútil aclarárselos: Franco era un dictador fascista y la II República era una maravilla de democracia. Y no se hable más. Uno no entiende por qué razón entonces la Guerra civil, donde participó casi todo español que pudiera empuñar las armas, fue perdida por la mayoría y ganada por la minoría facciosa, qué le vamos a hacer.

Veamos: sin urnas no hay democracia pero la democracia no puede agotarse en las urnas. La democracia, habrá que decirlo de nuevo, no es el gobierno de la mayoría -que también-, sino el respeto a las minorías y la consagración de la persona como sujeto de derechos innegociables. Independientemente de quien gane en las urnas. Es más, la democracia no puede admitir como vencedor a quien utiliza su ascenso para perpetuarse en el poder o para conculcar esos derechos innegociables. La simplonería de decir que los republicanos eran buenos porque habían salido de las urnas y los franquistas malos porque se echaron al monte es eso: una simpleza adolescente, muy propia del multimedia que lideran José Miguel Contreras y Jaume Roures y cuyo pensador más profundo es el Gran Wyoming y don Andreu Buenafuente. Bueno, y el filósofo ZP.

Franco, otra vez, no habría ganado la guerra sino la II República, hubiera dejado en paz a un pueblo que era católico, católico de verdad, no como ahora. Los cristianos de la época se vieron abocados a apoyar el alzamiento y gracias a la muy antidemocrática democracia republicana, se impusieron.

Además, Franco no era un fascista. Era católico, sí, pero, sobre todo, era un militar. Lo que más odiaba Franco no era la quema de iglesias y conventos sino la anarquía. Su gusto por la disciplina y su caradura gallega, le definían mejor que su fe, aunque, insisto, era sincero en esa fe.

Precisamente por la influencia de la Iglesia -que es a quien odian los adolescentes de La Sexta-. Y a pesar de las barbaridades del bando nacional, que las hubo y muchas, la dictadura de Franco fue una dictablanda y evitó otra peor: la dictadura estalinista que asomaba la oreja detrás de los grupos anarquistas, comunistas, también socialistas. Y resulta curioso: durante la democracia republicana sí hubo terror que se acentuó al estallar la guerra, especialmente en Madrid, Barcelona y Valencia. Durante el Régimen franquista no hubo terror, aunque sí abuso de fusilamientos al finalizar la contienda. Fusilamientos legales, que es triste consuelo, pero no chekas ni Paracuellos, ni matanzas de milicianos.

Conclusión: es un error que la Academia de la Historia pretenda dar marcha atrás ante las andanadas de la izquierda sectaria. Se puede ceder ante las personas para evitar males mayores, pero no ante la verdad. Especialmente, si te dedicas a la historia. De otra forma, más que memoria de la historia estaremos haciendo historia de la memoria.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com