(Mateo 13, 10-17)

-No les falta inteligencia, les falta amor… y a vosotros lo mismo.

-Brillante, eso justamente es lo que el presidente de los Estados Unidos espera que le aconseje éste que les habla, su asesor de Seguridad Nacional: que le falta amor. Aunque –aclaró- el consejo podría tener validez. A fin de cuentas, le estás diciendo al hombre más poderoso del mundo que no es del todo idiota, aunque su inteligencia no sea lo más importante: lo importante es el amor. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes?

-Cuando hablo de amor no me refiero a adolescentes enamorados. Hablo de caridad, la virtud principal en todos los ámbitos de la vida, hablo de la civilización del amor. Por ejemplo, en la lucha política, amor implica intentar ver la rectitud de intención que pueda existir en el adversario. Alguna habrá, supongo.

-Querida esposa, ¿sabes lo que me estás proponiendo? ¿Acaso pretendes que le propine un sermón al presidente sobre la bondad de los persas?

-No es un sermón sino lo que viene antes del sermón: es el Evangelio. Y el Evangelio tiene consejos para todos, hasta para el presidente de los Estados Unidos. Escucha: "A vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no se les ha dado… Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no entienden".

-¿Y…?

-Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos y han cerrado sus ojos.

-…muy cierto. Los iraníes parecen ciegos; los americanos, tontos.

-…no sea que vean con los ojos y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan y yo los sane.

El esposo y asesor abrió los brazos…

-Es decir, el problema no es de cabeza, sino de corazón: no es que el Occidente cristiano no entienda, es que no quiere entender.

-Dime, querida esposa: ¿ahora hablas de nosotros, los estadounidenses, o de nuestros enemigos, los iraníes? –Hablo del Occidente cristiano.

-De acuerdo, no estaría mal citar tus evangélicas palabras en el Consejo de Seguridad Nacional. Pero seguramente los altos mandos militares me exigirían que explicara a dónde llevan esas palabras. Por ejemplo: ¿a un ataque contra las instalaciones nucleares iraníes o a conformarnos con las sanciones económicas? Lamento decirte que esos mandos son ferozmente prosaicos y sólo quieren soluciones a ser posible, drásticas.

Pero la mujer del asesor tenía el grave defecto de ser mujer, así que insistió, terca:

-Pues deberían ser menos concretos, Con vuestras concreciones no sé si os dais cuenta de que una guerra global es hoy aún más probable que durante la guerra fría.

-Tenemos aplicaciones informáticas extraordinariamente complejas para medir esas probabilidades. ¿Cómo mides tú la proximidad de un conflicto bélico global? ¿Por qué falta amor?

-Exactamente. Pero, concretando –aseguró, recalcando cada sílaba del gerundio- me doy cuenta del peligro por esa especie de horrible y extraña humildad que os lleva a despreciar al mundo, empezando por vosotros mismos, y a contemplar a las personas como medios, en un mapamundi de estrategias globales. Es una humildad peor que el orgullo, porque sentís como si os asomarais al abismo de lo inevitable y lo inevitable consistiera en que una porción de la humanidad debe morir para que otra pueda vivir. No es ese el plan de Dios, creo que veis pero no sabéis, que oís pero no comprendéis.  

El asesor observó a su parienta con detenimiento. No esperaba algo así. Y, al parecer, el chorreo no había acabado:

-No entiendo de alta política, eso te lo dejo a ti. Pero sí entiendo que la guerra preventiva, diseñada sobre un planisferio, es inmoral. Y sí, me apoyo para ello en el Evangelio, no necesito de los informes de vuestra CIA. La violencia, en un cristiano, sólo puede usarse en legítima defensa. La violencia no debe planificarse ante un mapamundi.

-Y eso –supongo- aunque tengas la seguridad de que esos fanáticos iraníes sólo pretenden conseguir un arsenal nuclear para matar a norteamericanos, a ser posible en masa.

-Ese es el problema, que no tienes esa seguridad. Y nunca la tendrás.

Aquella mañana, la esposa del asesor presidencial parecía especialmente interesada en el trabajo de su marido.

-¿Has probado a aconsejar al presidente que hable él, personalmente, con el mandamás de Teherán?

-Un primer problema para eso es que no está nada claro quién manda en una dictadura. Está menos claro que en una democracia. Además, ya hablan los diplomáticos, para eso se les paga.

-Comprendo. Es como si yo enviara a nuestra asistenta a hablar con la vecina con la que estoy reñida porque nuestros hijos se han pegado en el colegio o porque su perro estropea nuestro jardín. No, debo ser yo, quien le mire a los ojos y le hable al corazón.

-Cariño, ya sé por qué no te dedicaste a la política. Aunque puede que en algo tengas razón. El presidente podría invitar a los persas a un diálogo directo. Al menos, eso serviría para dejar claro que los Estados Unidos han puesto sobre el tapete todos los medios políticos sobre la mesa antes de lanzar cualquier operación militar.

-No, Richard –matizó su esposa-, no se trata de justificar ante uno mismo sino de intentar llegar a un acuerdo real. Esa es la enseñanza evangélica: no es estrategia diplomática, es sinceridad.

-Y si, queridísima esposa, ocurriera lo predecible, que ellos aprovecharan ese diálogo para acrecentar su imagen de poder ante el mundo, de igual a igual, mientras siguen fabricando las mismas armas con los mismos propósitos homicidas…

-La imagen, la suya y la nuestra, poco me importa. Es lo mismo que le ocurría a Jesucristo: le importaba muy poco que le tuvieran por loco o por tonto. Además, lo que no entiendes es que el problema no consiste en tener la bomba atómica sino en renunciar a usarla. Lleváis desde el final de la II Guerra Mundial intentando que nadie la posea, habéis fracasado pero nadie las ha utilizado hasta hoy, salvo nosotros, en 1945, al comienzo mismo de la era atómica. Y éramos los campeones de la democracia. El asunto no es quién tiene el arma sino quién está dispuesto a usarla contra el inocente. No son armas para destruir al Ejército contrario sino a todos los contrarios.

A continuación, la esposa del asesor presidencial remachó:

-Además, tu sabes mejor que nadie que en una guerra nuclear sólo puede haber dos perdedores. Es necesario evitarla a toda costa. Quien parte de esa premisa ha entrado en la lógica del Evangelio.

La escolta del asesor esperaba para trasladarle a la Casa Blanca, pero su esposa alargaba la despedida:

-Bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen, así se puede conseguir que los otros "entiendan con el corazón y se conviertan, y Yo los sane".

-¿Una cumbre Washington-Teherán? ¡Quién sabe!, podría resultar.

No era mucho, pensó la mujer, mientras le veía montar en el coche oficial. A lo mejor, además de entender, empezaba a comprender. Con Cristo nunca se sabe.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com