(Lucas 19, 11-28)

"¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco? Así, a la vuelta, yo lo habría cobrado, junto a los intereses".

Al banquero más famoso de España, don Emilio Botín, le encantaban estas palabras y la parábola evangélica en la que se incluían. No las había descubierto hacía mucho y, como era más amigo de reuniones que de libros, ordenó a su secretaria, Paulita, que se la leyera en voz alta. Ésta ni se inmutó: había sido requerida para labores mucho más extrañas que aquélla tras décadas de trabajo.

Don Emilio se retrepó en su sillón de mando mientras, al otro lado de la mesa presidencial, Paulita se dispuso a realizar su secretarial tarea de leerle al jefe la Buena Nueva:

-Un hombre noble marchó a una tierra lejana a recibir la investidura real y volverse. Llamó a 10 siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: "Negociad hasta mi vuelta".

-Un momento, señorita.

Don Emilio llamó por la línea interior al Servicio de Estudios del banco y preguntó cuánto valía una mina. Al otro lado del teléfono, una voz medrosa se atrevió a preguntar a qué tipo de mina se refería el señor presidente.

-¿A cuál va a ser? Esa de la que habla el Evangelio de San Mateo.

El veterano del Servicio de Estudios del banco sabía que se esperaba de sus componentes que lo supieran todo acerca de todo. Para eso les pagaban. Y les pagabas el presidente. Afortunadamente, existía Wikipedia, por lo que, en poco más de un minuto, pudo responder que se trataba de una unidad contable equivalente a 35 gramos de oro. Luego se pasó el resto de su jornada laboral preguntándose para qué solicitaba el señor presidente tal información, pero sabía que su trabajo no consistía en hacer preguntas sino en proporcionar respuestas.

Por su parte, don Emilio quedó un tanto desilusionado. Caramba, esperaba una cantidad superior de dinero pero, despabilado como era, comprendió enseguida que se trataba de una historia literaria, ésas en las que lo que realmente importa es la moraleja. Además, no tenía tiempo para indagar sobre el valor del oro en aquellos lejanos días sin mercados organizados.

-Prosiga, Paulita.

-Llamó a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: "Negociad hasta mi vuelta".

Justo lo que hay que hacer con los ejecutivos –pensó don Emilio-, darles libertad para demostrar su talento como gestores y luego exigirles resultados. Un presupuesto bien trazado y, al final, rendición de cuentas. "Lo que no son cuentas son cuentos", concluyó don Emilio, con una autocita de la que se sentía especialmente orgulloso.

No se detenga, Paulita:

-Sus ciudadanos le odiaban y enviaron una embajada tras él para decir: no queremos que éste reine sobre nosotros…

La vieja envidia de la vieja España. Al parecer, los judíos tampoco sufrían la excelencia ajena, ¡Qué triste! –reflexionó don Emilio quien, por razones de cargo, tendía a confundir poder y excelencia.

-…Al volver, recibida la investidura real, mandó llamar ante sí a aquellos siervos a quienes había dado el dinero para saber cuánto habían negociado. Vino el primero y le dijo: "Señor, tu mina ha producido diez". Y le dijo, "Bien, siervo bueno, porque has sido fiel en lo poco ten potestad sobre diez ciudades".

Una recompensa excesivamente generosa, pensó don Emilio, pero bien encaminada. No le premia con liquidez, que es bien escaso, sino con mando en plaza y, de esta forma, aún le liga más a la compañía, bueno, al Reino.

-…Vino el segundo y dijo: "Señor, tu mina ha producido cinco". Le dijo a éste: "Tú ten también el mando de cinco ciudades".

Proporcionalidad en la recompensa, esta es la clave. En el fondo, gobernar un reino es como gobernar un banco, la misma cosa.

La secretaria continuó leyendo:

-Vino el otro y dijo: "Señor aquí está tu mina, que he tenido guardada en un pañuelo, pues tuve miedo de ti, que eres hombre severo, que tomas lo que no depositaste y siegas lo que no sembraste".

Don Emilio se molestó: "¿Cómo que no había depositado? ¿Acaso no le había proporcionado un capital? ¿Es que no sabe que el dinero guardado en un pañuelo lo devora la inflación?". Pero su justa ira de administrador burlado se iba a saciar enseguida:

-…Le dice: "Por tus palabras te juzgo mal siervo. ¿Sabías que yo soy hombre severo, que tomo lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? ¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco? Así, al volver, yo lo habría retirado con intereses". Y dijo a los presentes: "Quitadle la mina y dádsela al que tiene diez". Le dijeron: "¡Señor, ya tiene diez minas!".

Los gestores siempre se comportan como gallinas mojadas –reflexionó don Emilio-. Tienen una lamentable tendencia comunista a la equidad. Si el propietario obrara de ese modo, estaría siendo injusto con el que ha hecho más méritos.

Luego pensó que el rey de la parábola había ofrecido su dinero, no el de sus depositantes, pero eso era una cuestión menor.

-…Os digo –prosiguió Paulita- que a todo el que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.

¡También el Evangelio avala el oficio de banquero!, concluyó don Emilio con entusiasmo. No se puede alentar la vagancia. Esa es la clave de una economía sana: premiar al que rinde y apartar al indolente. Ciertamente, en la historia que leía Paulita, el juez era el Hijo de Dios, que no debería cometer errores al juzgar méritos, mientras él sí que podía cometerlos, pero esa no era la cuestión, seguro que no.

-…En cuanto a esos enemigos míos que no han querido que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos en mi presencia.

Don Emilio se quedó pensativo. En efecto, ahora sabía lo que tenía que hacer: una remodelación urgente del equipo directivo del Santander, demasiado adocenado por la falta de retos: tienen que rodar cabezas. Cuando el diablo nada tiene que hacer con el rabo mata moscas… o conspira contra el presidente del banco.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com