El Consejo Empresarial de Competitividad se convierte en un mecanismo de autodefensa ante la deslocalización... y de presión al Ejecutivo. El prestigio de Zapatero entre los grandes empresarios es nulo, pero Mariano Rajoy tampoco despierta confianza. Las organizaciones empresariales y los no invitados, de uñas

El Consejo Empresarial de la Competividad ha sido obra de tres: el presidente de Telefónica, César Alierta, el de Santander, Emilio Botín y el de La Caixa, Isidro Fainé. Y sí, la idea partió del Gobierno, a través de sus terminales en esas empresas pero la sugerencia ha salido invertida. En pocas palabras: el Ejecutivo Zapatero pretendía que el 30% del PIB apoyara con entusiasmo sus reformas y contar con el respaldo de los VIPS a su política económica. El problema es que a los grandes empresarios del país le ocurre exactamente lo mismo que a los pequeños: no confían en Zapatero, un personaje sin prestigio económico alguno, al que en la City madrileña se le conoce como el señor de las ocurrencias.

No se confundan, los grandes patronos tampoco creen en Mariano Rajoy. De hecho, desconfían de él aunque se abre la convicción de que cualquier cosa mejor que lo que tenemos ahora.

Cuando el Gobierno pintaba algo, dejó claro que desea un Consejo de Competitividad que no estuviera liderado ni por el presidente del BBVA, Francisco González (FG), al que Zapatero tiene atravesado después de que le cantara las cuarenta en la reunión de presidentes celebrada en Moncloa, ni por Rodrigo Rato, pieza a batir por parte del Ejecutivo, que pretende utilizar un posible fracaso del ex ministro en Bankia como argumento electoral contra el PP.

Tampoco se deseaba, por parte del Ejecutivo, presidentes institucionales, por ejemplo, el de la CEOE, que se ha quedado como mero invitado. La representatividad de la patronal y sindicatos en España empieza a ser cosa del pasado.

A esto, los conjurados añadieron otra condición: que no figuren presidentes de multinacionales o de empresas socializadas, como el caso de Borja Prado, presidente de Endesa propiedad de ENEL.

Y esto porque los empresarios han modificado la idea original de apoyo al Gobierno. Lo que van a hacer es apoyarse a sí mismos, suplir al Gobierno, que no les defienden mientras las grandes empresas españolas son absorbidas por multinacionales extranjeras y se pierden centros de decisión de inversiones.    

Por lo demás, Emilio Botín se negó a presidir el Consejo para que no piensen que me jubilo. Isidro Fainé confesó que ya preside demasiadas cosas así que la primera presidencia rotatoria recayó en el máximo responsable de Telefónica, César Alierta.

Por de pronto, tendrá que lidiar con todas las grandes empresas que se quedaron fuera del selecto grupo de los 17 que componen el Consejo. Además, no sólo se trata de defenderse ante el proceso de deslocalización industrial y que no se sienten defendidas por su deslucido Gobierno, tal y como ocurre en otros países.

El ministro de Industria, Miguel Sebastián fue el único miembro del Gabinete que felicitó a los contrayentes y les saludó como complemento del Gobierno. La verdad es que los empresarios no están dispuestos a complementar a un Ejecutivo fracasado. Lo que pretenden es autoprotegerse frente a los depredadores que ya miran a España como la gran tienda de saldos, por ejemplo en cajas de ahorros y, al mismo tiempo, presionar al Gobierno para que profundice en las reformas, especialmente en la laboral, que no les convencen por mínima. La verdad es que no convence a nadie.

Eso sí, Alierta, Botín y Fainé han conseguido que los VIPS no invitados se enfaden mucho.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com