Sr. Director:

Fue hace unos días. Pasaba yo por una céntrica calle de la ciudad donde vivo y contemplé la escena. Una escena que no se me borrará nunca.

Al borde del camino, como en tiempos de Jesús, y en todos los tiempos, había una pobrecita pidiendo limosna. Es algo a lo que, lamentablemente, estamos acostumbrados, y más en los tiempos que corren: la crisis azota a todos, aunque a algunos mucho más.
¿Y qué tiene de particular la escena En principio ya pocos se sorprenden al verla. Muchos pasan -pasamos- de largo, otros se conmueven y ayudan con unas monedas, otros regalan una sonrisa conmiserativa, o lo que sea. La cuestión es que nos fijamos poco en las características del que pide, no vemos el rostro humano.
Pero el otro día yo si lo vi: se trataba de una pequeña de unos ocho o diez años que extendía su manita para pedir, pero de repente ocurrió algo y es que paso un perrillo por su lado y se olvidó de "trabajar" para jugar, trató de acariciarlo. La dueña se lo impidió -un detalle muy feo, por cierto-, pero ella siguió mirándolo y añorando lo que cualquier niño: jugar.
Dejando a un lado lo emotivo de la escena, yo me pregunto ¿qué sociedad es esta que permite que un niño, que debía estar en el colegio o jugando, se arrastre por las calles pidiendo una limosna ¿Cómo es posible mantener esos días del año dedicados a "pensar" en la esclavitud infantil o en los "derechos" del niño y seguir tolerando esas situaciones
Vivimos demasiado teóricamente, y hay que mancharse las manos en la realidad de cada día, en los problemas diarios de las personas. Es verdad que existen instituciones como Caritas -gracias a Dios- que se devanan los sesos para solucionar los problemas concretos de las personas concretas, pero esto no es un tema sólo de caridad -que también- es un asunto de justicia y ambas cuestiones -caridad y justicia- son tareas de todos.
María Antonia Bel Bravo