Sr. Director:
En el Día Mundial contra el Sida, vemos un despliegue de lazos rojos para las solapas; pero no remite la pandemia sino que se extiende de año en año como muestran, tozudas, las estadísticas.

 

La razón cae de su peso por el propio sentido común: el Sida se ataja de raíz con un cambio de comportamiento humano. Es, por tanto, un problema de naturaleza moral y educativa. Pero nada de esto se dice en las campañas publicitarias impulsadas desde los poderes públicos y hasta de ONGs bien intencionadas. La mayor parte de los esfuerzos emprendidos en la lucha contra el Sida se centran en la distribución masiva de preservativos, que no frena la epidemia mientras contribuye a la banalización de la sexualidad.

No dicen la verdad: el preservativo reduce el contagio pero no es la panacea, pues no es completamente seguro. La Iglesia, verdadera adalid de la lucha contra el Sida, dice, como ha explicado el Papa, que la respuesta está en la humanización de la sexualidad, en una paciente tarea educativa, y, por supuesto, en la acogida y cuidado de los enfermos, tarea que se lleva a cabo en miles de centros católicos esparcidos por el mundo. Por eso me pregunto: Lazos rojos, ¿Para qué, para decir que hago sin hacer?

Jesús Martínez Madrid