Sr. Director:
Hace unos días, mi marido y yo realizamos un vuelo transoceánico con Iberia. Como siempre, el personal fue atento y competente.

 

Durante el viaje nos obsequiaron con una película de Woody Allen, ensamblada con tramas en las que los personajes cometían adulterio, o eran practicantes del espiritismo, mientras que el anciano Anthony Hopkins convivía sin reparos con una prostituta.

Delante de los ojos de los niños de todas las edades, menos atónitos que los míos, desfilaban escenas inapropiadas sin que nadie protestara. Nadie menos yo.

Es necesario que la infancia no sea el blanco del descuido del mundo adulto, infancia que cree y piensa de distinto modo y encaja mal las expresiones sexuales sin haber madurado aún, desprotegida frente a ellas, creándole fantasmas e incitándoles a la práctica sexual precoz.

Es preferible que, si no se proyectan películas familiares, nos dejen, a nosotros y a nuestros hijos, a solas con el blanco y el azul más allá de las ventanillas, a los que no llega la malicia, o nos acerquen a otros parajes, ciudades y continentes excelentemente dibujados en infinitud de reportajes realizados por grandes expertos y que nos hacen admirar la grandeza de Dios y del hombre, sin turbar la inocencia de los pasajeros más pequeños.

Isabel Planas