Sr. Director:
El ex magistrado jiennense de Torres, Garzón, sigue dando que hablar.

 

Lo hizo desde que llegó a la Audiencia Nacional, donde alcanzó la fama, por la lucha contra el terrorismo, el narcotráfico, y la corrupción. Las cosas se complicaron por un exceso de protagonismo y vanidad, y por sus continuos escarceos con la política. La mezcla de estos factores, incompatibles con la independencia judicial, ha resultado explosiva.

La labor jurisdiccional es una de las actividades más nobles y sublimes que existen, y supone una gran rectitud de intención, en la difícil tarea de dar a cada uno lo suyo. Para ello se exige, no solo personas preparadas técnicamente, sino que además tienen que ser prudentes, discretas, honradas, justas -valga la redundancia-, desprendidas de influencias o de intereses políticos. No en vano se representa a la Justicia, siguiendo la tradición helénica, como a la diosa Temis, con los ojos vendados, señal de independencia, que no entiende si juzga a ricos, poderosos o de ideas contrarias,  exenta de intereses personales; además, en una mano tiene la balanza que sopesa el Derecho, y, en la otra, la espada, para hacerlo cumplir.

La justicia politizada solo es apariencia de justicia. Qué duda cabe que todo Juez tiene su ideología; pero esta no ha de interferir ni contaminar sus decisiones, que se han ajustar solo a la Ley.

Es un ataque a la Justicia que el poder político intente fagocitar al judicial; y que los jueces, apliquen el derecho a la conveniencia de un signo político: el uso alternativo del derecho. El TS ha condenado e inhabilitado a Garzón por dictar una resolución judicial injusta a sabiendas: grabar las escuchas de los abogados con sus clientes, en la trama Gürtel; la otra causa, recibir dinero del Banco Santander, la ha archivado, al haber prescrito el delito de cohecho.

Y es que Garzón ha intentado compaginar ser Juez y parte, y a la vez, su ambición personal con los intereses políticos y económicos.

Javier Pereda Pereda