En teoría debería decidirse sobre la devaluación de la deuda de los periféricos, sobre las provisiones de la banca y sobre su capitalización

Si no hay acuerdo -y es difícil que lo haya-, la Cumbre del G-20 tampoco servirá para nada y Grecia presentaría su 'default'. Los banqueros son los únicos que solicitan que se deje quebrar a las entidades quebradas.

La banca europea, así como su cotización bursátil, y con las consabidas excepciones inaplazables, se ha paralizado ante la próxima Cubre europea de Bruselas. El presidente francés, Nicolás Sarkozy, ha advertido que el futuro de Europa se juega este próximo fin de semana. Los alemanes, advirtiendo sobre sus intenciones, aseguran, sin embargo, que no deben levantarse demasiadas expectativas. Total, que el viernes 21 se celebrará una Cumbre de Ministros de Finanzas de los 17 países en la Eurozona mientras el sábado serán los 27 ministros de Economía de la UE quienes debatan. Y todo ello como preámbulo de la Cumbre del G-20 que tendrá lugar los días 3 y 4 de noviembre.

Si no hay acuerdo en la Eurozona y en la Unión la reunión del G-20 tampoco servirá para mucho al tiempo que Grecia presentará el 'default', lo que no tendría por qué ser malo. Desde luego, no sería peor que la continua agonía en la que ahora mismo viven los helenos, cuya capital se convirtió el miércoles, una vez más, en campo de batalla.

Tres son las dudas a solventar en esta Cumbre Europea del próximo fin de semana, que tiene en vilo a todas las economías y a todos los bancos europeos. Mientras tanto, la actividad y el debate público están paralizados.

La primera: ¿Se puede poner precio de mercado a la deuda? Sí, ya sé que ya lo tiene, pero hablo de un precio oficial que certifique la prima de riesgo de las deudas soberanas de los países miembros. Certificar, por ejemplo, si España puede pagar la deuda que emite o si hay que aplicarle, como a Grecia, una quita. Eso supondría un desastre temporal para aquellos países a los que les cuesta financiarse, como Italia, Bélgica, España, Portugal, Irlanda, Grecia, etc.

Segunda cuestión: ¿Deben los bancos provisionar esa deuda soberana? Hasta el momento, los políticos, necesitados de que les compren sus emisiones de bonos para presumir de prestaciones públicas y ganar votos, han obligado a la banca a comprar su deuda mediante el muy 'liberal' mecanismo del coeficiente de recursos propios: la deuda es la inversión bancaria que menos recursos propios consume. Si un banco compra bonos -con el dinero de sus clientes, naturalmente- consume muy poco coeficiente, pero si le presta al panadero de la esquina, al de la economía real, consume mucho más. Conclusión: los balances bancarios rebosan de deuda pública y al panadero nadie le presta un euro.

Si ahora a los bancos les obligan a provisionar esa inversión se hunden todos.

Con ese amor a las contradicciones de los miopes líderes políticos europeos, llegamos a la tercera cuestión a resolver por la Cumbre: para que puedan provisionar y seguir sirviendo -con nuestro dinero, como creo haber dicho antes- a políticos irresponsables que nos han sobreendeudado, los socios de la Unión Europea deberán decidir si elevan el precitado coeficiente de recursos propios del 7 al 9%. Y como no hay dinero para ello, pues tendrá que ponerlo el Estado, es decir, usted y yo.

En resumen, tenemos un culpable -los políticos que nos endeudan a todos para mantenerse en el poder-, un medio culpable -los bancos que compran deuda soberana porque es muy cómodo y muy rentable- y un inocente, todos los contribuyentes, que son los que pagan los platos rotos de los gobiernos y de los bancos.

Entre los banqueros españoles existe el consenso de que no se obligará a provisionar la deuda pública pero sí a aumentar los recursos propios, la famosa capitalización de los bancos. ¡Pues qué bien! Ya nos vimos obligados a salvar a los bancos en 2008 y ahora volveremos a salvarlos en 2011 y 2012: ¿No es maravilloso?

En el entretanto, la esperanza estriba en que -a la fuerza ahorcan- la sensatez se abra camino. La sensatez -y la justicia- dice que hay que pagar las deudas y que cuando alguien no puede pagar las deudas lo que hay que hacer es embargarle para pagar a los deudores lo que les corresponde. A esta operación se le ha llamado siempre quiebra, o quiebra parcial, o suspensión de pagos, o concurso de acreedores, o quita. Denle el nombre que deseen que estaremos hablando de la misma cosa.

Los alemanes han entrado en razón -por la cuenta que les trae- y han aceptado que la extorsionada Grecia no puede pagar su deuda y que los inversores perderán parte de su dinero. Ayer Emilio Botín, presidente del Santander insistía en que hay que dejar quebrar a los bancos quebrados, y su colega, Francisco González, aseguraba días atrás que hay que acabar con los bancos zombis: mi sincero aplauso para ambos. Y la Confederación Española de Cajas de Ahorros (CECA) también se opone a la recapitalización de la banca.

Porque la quiebra, o similares, no sólo es la única manera de salir de la crisis: es la única forma de que políticos y banqueros comiencen a comportarse de forma responsable. Sobre todo los políticos, que son los principales y más dañinos especuladores.

Pero hay algo más importante: la quiebra es el procedimiento más justo. Porque si optamos por la quiebra o por la suspensión de pagos, quienes perderán no serán los ahorradores, sino los inversores. Y sólo invierte aquel que, una vez cubiertas sus necesidades primarias, aún le queda dinero para poder rentabilizar sus ahorros por encima de la inflación. Dicho de otro modo: el inversor no pasa apuros a final de mes.

En definitiva, sólo hay dos salidas: o el coste de la crisis lo pagamos, una vez más, entre todos, pobres y ricos, o lo pagan los ricos, los inversores y los intermediarios que gestionan su dinero. Y a esta segunda opción, la más justa, la más ética y la más cristiana, se llama dejar quebrar a los quebrados.

Me gustaría que los del 15-M se metieran esto en la cabeza en lugar de propagar majaderías antisistema. Porque lo que estamos viviendo con el movimiento de los indignados recuerda a lo del mayo francés de 1968. Los líderes sindicales galos acudieron a entrevistarse con los líderes estudiantiles, aquéllos del 'prohibido prohibir' y del libérate de tus tabúes y cambiaremos el mundo. No se pusieron de acuerdo, porque los sindicatos manifestaron que su lucha era mucho más vulgar: luchaban por cuestiones tan prosaicas con salarios más dignos para sacar adelante a sus familias. Y claro, esto, a Daniel el Rojo y compañía les parecía un objetivo repugnantemente ordinario. Como ocurre ahora con el 15-M, a los sindicatos les preocupaba el hombre, cada hombre y cada familia. A los chicos de Jean-Paul Sartre y don Danny el Rojo sólo les preocupaba la humanidad, en su totalidad manifiesta.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com