La ceremonia de inauguración de los trigésimos juegos olímpicos de la era moderna nos hizo olvidar lo políticamente correcto que se ha vuelto el Comité Olímpico Internacional. Como medida de precaución ha repartido miles de condones entre los deportistas. Cualquiera diría que han viajado a Londres, no para competir, sino para copular.

Incluso, más políticamente correctos, se impide a los matrimonios de atletas convivir durante los juegos pero no a las parejas gaymónicas. Eso sería homofobia.

Dicho esto, la ceremonia inaugural, además de dejar claro que los organizadores están contra todo tipo de racismo –de hecho, lo dejaron claro unas 100 veces en el transcurso de la gala inaugural-, tuvo un carácter de exaltación nacional. Muy bien llevado, dicho sea de paso, pero allí no se habló de los cinco continentes, resaltados en los cinco aros olímpicos, sino de la historia y logros de la vieja Inglaterra. Salvo Margaret Thatcher, todos, todas y todo resultaron homenajeados.

Ahora bien, mi sorpresa llegó al colmo cuando se dedicó buena parte de la gala a cantar las excelencias del Servicio público sanitario británico que, con todos mis respetos, es una castaña podrida, que se ve obligada a echar mano de profesionales extranjeros, por ejemplo españoles, de más alto nivel.

Es igual, los ingleses no se avergüenzan de su historia y reflejan con igual orgullo sus grandezas y sus miserias.    

Tiemblo pensando en lo que ocurrirá si Madrid consigue finalmente organizar la Olimpiadas de 2020. Temo a la ceremonia inaugural. Y es que los británicos pueden ser hipócritas, piratas, rácanos y hasta un pelín degenerados, pero no son cainitas… como otros que yo me sé.

Eulogio López

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