Lo primero es lo primero. Sarkozy supo perder: asumió su responsabilidad de haber llevado a los suyos a la derrota -y eso que fue mínima- y se marchó.

Incluso pidió respeto a los suyos para su vencedor, el socialista François Hollande. Es decir, un ejemplo para Rajoy, que perdió dos elecciones generales y no se marchó, o para Rubalcaba, quien tampoco se fue, a pesar de haber cosechado una derrota histórica para el PSOE. O para José Antonio Griñán, quien fue derrotado por Javier Arenas y ha corrido a aliarse con los comunistas.

Por el contrario, la reacción del PSOE española ha resultado curiosa: Elena Valenciano -esa mujer- nos ha indicado el camino: "Los franceses han señalado para salir de la crisis: las urnas". Vamos, exactamente igual que ella, que perdió en las urnas de forma estrepitosa pero sigue siendo la número dos del PSOE y con doble sueldo, de Congreso y de Partido.

Vamos con el vencedor galo. François, ya lo dijo su anterior pareja, Segolene Royal, es muy blandito, muy parecido a Zapatero. Pero no debemos engañarnos con los blanditos. Hollande es el político crustáceo: duro por fuera y blando por dentro. Dispuesto a ceder en la esencia pero áspero en sus formas de Gobierno. En otras palabras: fuerte con los débiles y débil con los fuertes.

Por ejemplo, el socialismo francés repite las tesis del zapaterismo, conocido como caca-culo-pedo-pis. Es decir, aborto a lo bestia. Matrimonio homosexual con adopción de hijos incluida, eutanasia y política cultural anticristiana.

Al mismo tiempo, ante la crisis, Hollande se muestra incapaz de adoptar cualquier medida antipopular. Por ejemplo, propone reducir la edad de jubilación a los 60, cuando lo que precisa una Europa envejecida por la falta de nacimientos y de vitalidad es precisamente lo contrario.

Un detalle: Hollande no está casado con su pareja. Lo cual puede resultar muy progre pero revela su propia reticencia al compromiso y, en consecuencia, su escasa capacidad de servicio a los demás, que constituye la principal característica de un político.

Y no, no puedo separar vida privada de la pública por la sencilla razón de que la vida pública la hacen personas privadas. Otra cosa es que haya que respetar la intimidad pero no que no se puedan sacar conclusiones.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com