Condeno a Halloween por demoníaco, por morboso, por cobarde y por hortera. Yo soy así, no reparo en gastos. Además, son cuatro adjetivos que revelan condiciones que suelen ir unidas.

Demoníaco por su origen. Un rito pagano de los druidas céltas, en ocasiones con sacrificios humanos incluidos. El origen de un rito no es otra cosa que su definición. Que Halloween se asocie a la brujería no es una casualidad.

Morboso en su ética y en su estética, que también van unidas. Lo propio de Halloween son los zombies, no-vivos, no-muertos. Una sublime chorrada, todo lo que la civilización occidental ha tratado de erradicar del salvajismo en pro de la libertad del individuo, que es hijo de Dios, ser libre, no esclavo ni de la tumba ni de la ultratumba. Halloween es la estética del feísmo, donde no tiene cabida ni la verdad ni la belleza.

También es cobarde. Sobre la muerte, el hombre ha defendido siempre dos concepciones: que es el final o que es el principio. Si se trata del principio de la vida eterna no debe haber problema que nosotros mismos. No sólo la fe, sino la ciencia, llevan a la convicción de que la muerte del cuerpo no conlleva la muerte del alma. A medida que avanzaba el progreso mecánico y químico -que es el único progreso lineal de la humanidad en su conjunto- el hombre ha roto con su imagen clásica de la materia como algo inmutable, salvo por la acción de fenómenos externos. No, la materia viva está en muerte contínua, nada permanece. Por ejemplo, ahora sabemos que ninguna célula es estable: viven o mueren. También las neuronas, que si no mueren modifican su composición química, que es lo mismo. En unos siete años -cuando se trata de un niño en mucho menos tiempo-, todas nuestras células han muerto y han dado lugar a otras. Sin embargo, nosotros tenemos memoria, seguimos siendo los mismos de siete años atrás. El espíritu permanece. La memoria es lo que nos distingue de la vida animal o vegetal. Hay algo, pueden llamarlo, alma, espíritu, psicología, personalidad o como prefieran, al que no hay manera de asesinar, y que pervive tras el deceso del cuerpo. Conclusión, el hombre es inmortal, no porque lo diga el Vaticano, sino porque lo dice la lógica y la ciencia. Esto es por lo que, cristianos o no, creen en la eternidad de la persona.

Ahora bien, si, por el contrario, la muerte es el final, la nada, la cuestión se vuelve relativamente molesta. Halloween no es más que un intento de conjurar el miedo a la muerte no por creencia en la vida eterna sino por creencia en la muerte eterna. Hay que ser bobo: Halloween confunde el deceso con el seceso. Quizás por ello nunca me ha gustado la doble acepción del término escatológico: es un insulto a la ciencia.

En cuarto lugar, la fiestecita anglosajona resulta hortera. La algarada de cada 1 de noviembre no la admitiría ninguna cultura, a no ser que esté aquejada de cursilería y blandenguería, que son las enfermedades de la cultura occidental actual. Ya he dicho que los antropólogos consideran que la civilización comienza cuando las tribus empiezan a rendir culto a sus muertos. De hecho, lo estoy explicando fatal, porque el culto a los muertos es uno de los componentes de la tribu, la sociedad y la ciudad. Más bien el origen está en la familia que rinde tributo a sus antepasados: ahí comienza la organización social.

Así que no me extraña que los obispos italianos le hayan declarado la guerra . Natural: Halloween es muerte y la fe es vida, porque es esperanza.

¿Exageración? Puede, pero corremos el riesgo de convertir a nuestros hijos en unos cursis de tomo y lomo con el "truco o trato". Y para los mayores, ¿creen ustedes que algún adulto logrará conjurar su pánico a la nada con Halloween?

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com