Madrid se ha convertido, un año más, en la capital mundial de la patochada homosexual. Es que somos muy tolerantes, y la alcaldesa de Madrid, doña Ana Botella, se vuelca en defensa de los perseguidos gays.

Es cierto que aún no sabemos por qué o por quiénes son perseguidos, pero ya tenemos bastantes ejemplos de la persecución del totalitarismo gay.

Buen ejemplo el de la periodista mexicana que se atrevió a escribir un artículo contra la aprobación del homomonio: fue desposeída y el lobby gay, esos pobres perseguidos, le han llevado a los tribunales quienes, seguramente, le condenarán. Los jueces, en todo Occidente, son los personajes más políticamente correctos. Y ahora lo políticamente correcto es alabar la sodomía.  

Hacer normal lo anormal. En eso consiste el orgullo gay (¿Orgullo de qué). Y entonces todas las televisiones conectan con el barbudo con faldas, y todos los locutores compiten por hablar de tolerancia gay y se regocijan ante el espectáculo cultural de la carne en el madrileño barrio de Chueca.

Por eso, y no por otra cosa, hay que seguir hablando y no callar, sobre la aberración homosexual. Porque lo normal no es lo habitual, es lo que se atiene a la norma. Y porque el orgullo gay se ha convertido en el totalitarismo homosexual. El lobby gay no representa a la víctima sino a los verdugos.

Y luego está la campaña contra la Iglesia -contra quién si no-, quien afirma (Catecismo) que la identidad sexual no se decide, es un don de Dios. Por supuesto, pero es que hasta para un ateo queda claro que el homosexual no nace, se hace, otra gran mentira del lobby gay. Mire usted, se nace hombre o mujer -salvo malformación extraordinaria- y, como decían en la película Poli de guardería, "los niños tienen pene y las niñas, vagina". Puede hablarse de predisposición fisiológica, pero la otra parte del hombre, la razón, la libertad, es la que debe acomodarse a la naturaleza.

Y sí, hay que decir y repetir evidencias negadas por el orgullo gay. Porque en la homosexualidad ocurre lo mismo que con el aborto: se empieza pidiendo aborto libre y gratuito y se acaba imponiendo el aborto obligatorio. Si no, que se lo pregunten a los cada vez más numerosos perseguidos por los homosexuales, es decir, la gente sensata que no está dispuesta a comulgar con ruedas de molino y que corren el riesgo de terminar ante los tribunales. Las feministas, con el aborto, aprovechan la fuerza sutil de lo políticamente correcto y la fuerza mostrenca del Estado para perseguir a quien se atreva a discrepar. Y como ya he dicho: la persecución del discrepante es el inicio del totalitarismo. Bueno, a lo mejor no es el inicio.

Al homosexual hay que ayudarle a salir del infierno sodomita. Lo que no hay que hacer es darle palmaditas en el hombro por la cobardía de no enfrentarse a la atmósfera dominante.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com