El 18 de junio de 1961 4 niñas de 10 años, Conchita, Dolores, Jacinta y Mari Cruz, recibieron una visita del Arcángel Miguel, si del Arcángel San Miguel, en una aldea de la montaña cántabra: San Sebastián de Garabandal.

Dos semanas después, el dos de julio, en una sucesión muy similar a la de las apariciones de Fátima, la Santísima Virgen se les parecía. Comenzaron entonces una serie de visiones sucesivas, entre 1961 y 1965, en distintos lugares del pueblo pero, en especial, en la calleja, que de calleja no tiene nada: se trata de un camino que conduce a la ladera de la colina que domina San Sebastián, y que conduce a "los pinos", otro lugar donde la Virgen se apareció a aquellas campesinas. Unas apariciones, que, encima, tienen el "morbo del cuándo", es decir, cuándo se precipitará esta etapa fin de ciclo que nos ha tocado en suerte. No, tranquilos, no estoy hablando del fin del mundo. A fin de cuentas, ¿por qué había de acabarse el mundo?

Las apariciones de Garabandal no están bendecidas. Para que la Iglesia certifique que unas apariciones son eso  y no un invento de un cerebro reblandecido es importante que el ordinario del lugar, el obispo, preste atención al asunto. Los dos obispos de Cantabria se la prestaron, ciertamente, pero sólo para negarlas. Uno de ellos se comportó con una extraordinaria dureza. A Garabandal le ha sucedido algo similar como a Medjugorje, sólo que en el caso cántabro, hubo, además… otros problemas.

El caso es que decidí visitar esta aldea santanderina, ubicada en el Valle del Nansa, uno de los parajes más hermosos que he podido contemplar en la geografía española. Del Nansa lo único que me sabía eran los hidroeléctricos del río Nansa. Voy a rezar el rosario pero también de periodista. Llegado a Cosío, la población vecina, antes de comenzar la subida a Garabandal, comienza la encuesta sobre todo entre aquellos que su día fueron testigos:

-Usted cree en las apariciones?

-Hombre, es que lo que yo vi allí no era normal: ¿Cómo no lo voy a creer?

Por fin, llego a la aldea. Ya me habían advertido en Cosío que aquello parecía la ONU. Muy cierta: a la primera pregunta me responden en francés, a la segunda en inglés.

Me acerco a un anciano ubicado frente a la preciosa casa próxima a la calleja:

-Los que los vimos creemos, los que no creen son los curas, asegura.

Otra opinión: en Garabandal cree todo el mundo menos los de aquí.

-Y los que menos creen, los curas -insiste el primero.

En el camino hacia "Los Pinos", ubicados a media ladera, se amontonan las imágenes. No me gusta, porque uno además de cristiano es español, poco amigo de beaterías, pero cuando me aborda esta tentación acudo al bueno de André Frossarsd, quien aseguraban que el purgatorio de los intelectuales consistiría en verse rodeados de imágenes Kitsch, que hieran su sensibilidad con refinamiento y con el objeto último de reducir su pedantería hasta el punto en que pudieran ser admitidos en la bienaventuranza eterna.

Garabandal está lleno de religiosas y sacerdotes 'uniformados'. No es de extrañar, a fin de cuentas, muchas de las revelaciones iban por ahí: por la santidad del sacerdote. Si ya sé que el hábito no hace al monje pero lucir sotana en plena sociedad de la imagen, en plena cristofobia, es la forma primaria de dar testimonio.

Busco a los testigos de 1961. Me acerco a tres ancianas:

-Supongo que estarán un poco hartas de que les pregunten siempre lo mismo.

Sí -asegura la portavoz-, pero pregunte.

-¿Ustedes creen en Garabandal?

-Pueden decir lo que quieran pero yo sé lo que viví. Cuando estaban en éxtasis me acerqué a una y la golpeé el brazo. Estaba como esto -y choca el marco de piedra granítica de la puerta de su casa.

Y más:

-No era normal que descendieran hacia atrás con la cabeza vuelta, sin tropezar, mientras a nosotros nos costaba ir de frente sin tropezar, ni que…

Me atrevo a continuar con el interrogatorio:

-¿Las cuatro videntes siguen en contacto con Garabandal?

-Loli murió hace cosa de año, Conchita viene muy poco, a Mari Cruz le cuesta contactar con la gente… y Jacinta es aquella de allí.

Me vuelvo y veo a Jacinta, una de las cuatro videntes, nueve años en el momento de las apariciones rodeada de gente. Está a las puertas de su casa, con una barra de pan en la mano. Pasaría desapercibida en cualquier lugar sino fuera por una mirada más penetrante y menos perdida que lo habitual.    

Cuando parecía que iba a lograr entrar en su casa para comer, le asalta un tipo calvo que asegura ser periodista digital, de un periódico, Hispanidad.

-Muy bien, sentencia-. He visto a algunos otros compañeros suyos, por ahí rondando, alguno de pinta indefinida.

Yo he podido ver a uno de ellos, y no habría empleado un adjetivo tan caritativo.

-¿Está usted satisfecha con los frutos de Garabandal, a los 50 años?

Me clava una mirada que algo tiene de retranca, y me dice:

-Nunca se está satisfecha pero, bueno, han pasado 50 años y la gente sigue subiendo aquí a rezar.

Lo que me asombra de Jacinta es que no parece tener prisa y eso que continúa con la barra en la mano y yo soy el último de los moscones.

Naturalmente, soy periodista, oiga, así que planeo mi asalto al morbo:

-Me imagino que le habrán preguntado muchas veces por la fecha de aviso, del milagro y del castigo.

-Sí todo eso es importante -me concede- pero claro, no tanto como visitar al Santísimo, la Eucaristía. Dios es mucho más importante.

Me callo el resto de la charla, soy así de egoísta y, al final, me despido para que pueda entrar en la casa, que ya era molestar demasiado hasta para una vidente.

No quiero irme del pueblo sin hablar con la juventud. Me sirve un camarero un café en una de las posadas:

-¿Los jóvenes creen en las apariciones?

-Los jóvenes no sé, yo sí, porque lo sé de familia y mi familia no miente. Soy pariente de Loli.

Visto lo cual y no quiso hablar más. 

No me apetece abandonar la población pero tengo que hacerlo. Mientras conduzco hacia el valle saco dos lecciones de Garabandal.

1. ¿Por qué Dios, y la Virgen, y los ángeles, los santos no se dejan ver más?

Pues porque, supuesto y no admitido, que no se estén dejando ver más, mucho más, que lo dudo, no serviría para nada. En Garabandal se repite lo de tantas apariciones: al que confía, cree en Dios, no le aporta más que un recordatorio de su fe. La persona que no cree, no le sirve de nada porque sus prejuicios son demasiado grandes hasta para aceptar lo que ve. Tampoco cambiarían aunque un muerto resucite.

Además, recuerden lo de Chesterton: lo que no es sobrenatural es antinatural.

2. Lo antedicho: estamos en fin de ciclo. El aviso a la humanidad, el milagro visible por la humanidad, el castigo si no hay cambio… todo eso es importante, pero lo importante -Jacinta dixit- es rezar. Yo añado: y lo más práctico.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com