Los bancos europeos que reciban ayudas públicas no podrán repartir dividendo ni incentivos entre sus directivos.

La intención del presidente de la Comisión europea, José Manuel Durao Barroso me ha llegado al corazón. ¡Que detalle! Esto es, les salvamos de la ruina con dinero de todos pero, eso sí, con gesto firme, impasible el ademán, les impedimos premiar a los ejecutivos que les han llevado a la ruina y dar dividendos a un accionista, es decir, no alguien con dificultades para llegar a fin de mes, que se equivocó al invertir pero al que estamos a ayudando a que, sus acciones, que valen cero, tengan algún valor en el futuro. Es decir, les prohibimos dinero hoy pero les regalamos la plusvalía de mañana. Durao Barroso, príncipe, ¿no te estarás pasando con tanto rigor?

Eso sí, si los bancos consiguen capital privado -yo creo que no necesitan más capital sino menos morosidad- entonces Bruselas les permitirá repartir dividendo. Ahora bien, ¿Quién va a comprar acciones de un sector donde las autoridades reguladoras aseguran que es un pozo de pérdidas?

Estoy pensando en convertir a Hispanidad.com en Hispanidad.bank. De esta forma, si entramos en pérdidas alguien vendrá a "capitalizarme", mientras que siendo un periódico digital -o una empresa energética, o un despacho de abogados o un vendedor de entradas, o un ganadero, o un fontanero- nadie me ayudará si quiebro. Es un chollo ser banquero.

Naturalmente, sin castigo para los ejecutivos chorizos o negligentes, esta segunda ayuda pública a bancos en crisis en tres años no será sino el anticipo de una tercera, una cuarta y una quinta.

Ahora bien, si todo el mundo sabe esto, ¿por qué puñetas lo permitimos? Podríamos responder que estamos abotargados y nos tragamos todos los camellos que nos ofrece el poder. Podríamos, sí, pero me resisto a una explicación tan sencilla (por tanto, me temo, acertada). Cuanto más grande es una mentira más excusas precisa. La excusa, y llevamos un cuarto de siglo con ella, es que sin banca se paraliza la economía, porque no fluye el crédito. ¿Seguro? Desde que el mundo es mundo, el buen empresario es aquel que no se gasta los beneficios sino que los reinvierte para apuntalar su negocio o para crecer en su negocio. Los fondos propios, sean capital o excedente, han sido la base de la economía, no los fondos ajenos. La suspensión de pagos de un banco, o de muchos bancos, no paraliza la economía. Hay empresas, por ejemplo la de infraestructuras, por ejemplo una eléctrica, cuya quiebra sí paralizaría la economía. Y la quiebra de una industria agrícola, alimentaria, de telecomunicaciones, etc., me parece mucho más grave que la quiebra de un banco. Que un banco, o muchos bancos, quiebren no es el fin del mundo, sino el fin de la plutocracia o del poder omnímodo del dinero, que controla los poderes públicos.

En el entretanto, el plan Barroso tiene algo de cínico. Dicho de otra manera, si el crédito no fluye es porque la banca se ha convertido en un negocio teledirigido por los políticos, no por un Gobierno, sino por el conjunto de los gobiernos del mundo libre. El coeficiente de recursos propios se consume, según una pauta del Banco Internacional de Pagos de Basilea (BIS), el gran desconocido. Sin ánimo de extenderme, el BIS, es decir, los políticos, no sólo obliga a mantener un coeficiente de recursos propios cada vez más elevados sino que impone dónde debe invertir un banco. ¿Prestando al sector privado? No por cierto. A lo que obliga la normativa vigente, cada vez más acentuada, es a invertir en deuda pública, que es la gran burbuja financiera del momento presente en Europa. Por eso, los políticos se han convertido en especuladores mucho más dañinos que los banqueros. Especulan cada vez que el tesoro público de turno perpetra una nueva emisión y obliga a sus bancos a comprar deuda.

¿La solución? Dejar quebrar a quien está quebrado. Pero a eso sólo se han atrevido los islandeses.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com