La reforma eléctrica del ministro Soria nos ha vuelto a todos un poco locos. Discutimos acerca de quiénes deben pagar el pato del déficit de tarifa y acerca de quién ha provocado dicho déficit.

Es decir, ya no hablamos de liberalización, una forma fina de decidir quién marca el precio de la energía, porque se supone que la liberalización ya se produjo tiempo atrás. (¿Seguro).

Ahora bien, dicha liberalización consistió en el marcar el precio de la luz según su marginal. Y decidir el precio de algo tan básico como la energía por el marginal supone un insulto a la inteligencia y, lo que es mejor, una tomadura de pelo. En plata: en el pool, ese cajón de sastre de las diversas energías, entran primero la hidroeléctrica, luego la nuclear, luego las renovables y en último lugar el gas (ciclo combinado). Pero es este último quien marca el precio del resto. Y por pura casualidad, aunque la escasez de demanda no lo haga necesario, siempre hay alguna central de ciclo combinado que entra en servicio aunque sea unas horas.

Es como una pequeña corrupción institucionalizada y casi legal. Pero el problema está en el sistema de precio marginal que permite esas corruptelas, corruptelas de muchos dígitos… además de un insulto a la inteligencia y un atentado contra el bien común.

La reforma actualmente en tramitación, tercera del ministro José Manuel Soria (en la imagen) en menos de dos años, no toca el precio marginal. Mal vamos. Solo se podrá hablar de liberalización de la energía cuando el consumidor pague por la luz lo que realmente cuesta.

Y en cuanto al Gobierno, parece ridículo castigar con impuestos a las empresas en lugar de fijar un precio justo.

Eulogio López

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