El Sínodo de la Familia ha provocado un aluvión de críticas, entre otras las mías. A lo mejor me he precipitado porque un amigo, sacerdote, y profesor de Teología, me recuerda que el Magisterio de la Iglesia es eso que sucede al final del Sínodo, no en medio.

Y me ha recordado un precedente harto interesante. A saber, la gestación de la encíclica Humanae Vitae (1968) del ya inminente beato Pablo VI (en la imagen).

Pablo VI optó por la minoría en la Humanae Vitae, contra la anticoncepción forzada

El asunto ya prometía. Resulta que san Juan XXIII fue quien creó la Comisión para el estudio de los problemas de la Familia, la Población y la Tasa de Natalidad, que debería elaborar los estudios previos a la encíclica. Ya el nombre remite a los tiempos que se vivían en aquel momento: la píldora en ebullición, la libertad entendida como soy el único juez de mis actos y el amor entre hombre y mujer como eso que empieza y termina en la cama. También los tiempos la bomba demográfica, donde todos los intelectuales de postín nos amenazan con el hambre y la muerte si seguíamos cumpliendo el mandato bíblico de 'henchid la tierra y sometedla'. El Mayo francés y demás tontunas.

Y con lo que Pablo VI se encontró fue con una mayoría de 'expertos', progresistas naturalmente, para quienes la Iglesia debía dar el visto bueno a los métodos anticonceptivos, hoy todos ellos abortivos. Y observen cuál era la idea motriz de la mayoría progresista: "es moralmente lícito utilizar medios químicos o mecánicos para prevenir la concepción siempre y cuando tuviera lugar en el contexto moral general de la disposición de la pareja a tener hijos". O sea, barra libre para aquellos que no renunciaban a la paternidad -¡Nooooooo!- pero a los que nunca les llegaba el momento de ponerse manos a la obra. O sea, poner las manos sí que las ponen pero no el corazón. Al final, contra la mayoría -si sería reaccionario- el bueno de Pablo VI dijo que la píldora era inmoral por sí misma y que el fruto de la familia y el compromiso de los esposos son los hijos. Y se cumplió la amenaza de los progres: algunos se alejaron de la Iglesia y otros, los más peligrosos, desobedecieron a la Humanae Vitae pero se empeñaron en seguir yendo a misa y pasando por católicos.

No sé a usted, amigo lector, pero a mí me recuerda mucho determinadas intervenciones del actual Sínodo. Las tonterías que se han dicho en él son como para tensar los pelos a un calvo pero recuerden: la Iglesia no son los padres sinodales sino las decisiones finales que el Papa asuma. Y el Papa Francisco, la igual que Pablo VI, puede inclinarse por la 'minoría'. Si eso ocurre,  las sublimes chorradas que estamos escuchando estos días quedarán como un triste recuerdo del orgullo humano. Como con la Humanae Vitae.

Eulogio López

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