En este año 2013 se cumple un siglo de la ley más desgraciada del universo: la Mental Deficiency Act, la ley británica de Eugenesia.

En pocas palabas: se trataba de recluir en instituciones creadas al efecto a todo tipo de deficientes mentales y, naturalmente, prohibía su reproducción, no fueran a alumbrar a más tontitos.

La progresía del momento, por ejemplo los socialistas fabianos, con Bernard Shaw en sus filas, apoyaban con entusiasmo la medida, al igual que el progresismo maquinista, cuyo portavoz más reconocido era H. G. Wells, el no va más del progresismo tecno-científico de principios del siglo XX. Pero también, no lo olvidemos, lo apoyaba don Winston Churchill (en la imagen), el conservador británico más admirado por la derecha española.

Sí, la eugenesia, y toda su patulea de atentados contra la vida, además de repugnantemente elitista, nació de otro alabado por la modernidad, el científico Charles Darwin, uno de nuestros más irresponsables ciudadanos que, como todo aquel quiere hacerle la guerra a Dios acaba destrozando al hombre.

¿O es que no nos habíamos dado cuenta de que todos los atentados contra la vida no son más que puro elitismo en su vertiente más cabreante: el odio a la debilidad y el ensañamiento con el indefenso, la glorificación de lo grande y el desprecio a lo pequeño. Igualito que en la economía financista, por cierto.

Eulogio López

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