(Mateo 27, 46  y Marcos 15, 34 Salmos 22, 2).

-Para mí, esta es la prueba terminante de que Jesucristo no era Dios. Él mismo lo confiesa cuando, a punto de morir, le pregunta a Dios por qué le ha abandonado.

-Desamparado, Vladimir, no abandonado.

-Viene a ser lo mismo, querido Ivan.

-No lo creo.

Como Vladimir era un intelectual ruso, decidió completar su argumento con la cita exacta, extraído del arameo:

-Eloí, Eloí, ¿lemá sabacthaní?

-Esta es la frase que vosotros, los cristianos, lleváis ocultando desde hace 21 siglos –concluyó, con el dedo índice señalando a su interlocutor y, sin embargo, amigo.

-Muy cierto, Vladimir –respondió Iván-. Pero los cristianos debemos ser muy torpes en las técnicas de  ocultación, porque la frase que citas figura en el Evangelio de San Mateo, el primero de los cuatro en orden cronológico y el primero aceptado en el canon bíblico, además de ensalzado y leído por los primeros cristianos. Luego el secreto volvió a ser publicado con letras de molde en el Evangelio de San Marcos, segundo en orden cronológico. Y es en esos textos hagiográficos donde tú lo has encontrado y desde donde deduces lo contrario que pretendía el hagiógrafo: que Cristo no era el Dios que decía ser.

-Pero el caso es que la Iglesia, vuestra Iglesia, siempre trata de ocultar esta frase tan definitiva.

-Insisto Vladimir, ¿cómo te has enterado tú de que el Redentor pronunció esas palabras? Por el Evangelio que vende la Iglesia. Al parecer, el Vaticano nunca ha contado con responsables de imagen competentes: venden aquello que podría perjudicarles.

Y ni el uno ni el otro, ni Mateo ni Marcos, se preocuparon de aclarar nada a su grey, ni de explicar el aparente contrasentido de un Dios ateo o, al menos, de un hombre que se decía Dios pero se rebelaba contra Dios.

Los rusos son menos sectarios que, por ejemplo, los latinos, y Vladimir era ruso por los cuatro costados:

-De acuerdo, no acusaré a la Iglesia de ocultar tan demoledora declaración pero sus propias palabras siguen demostrando que aquél a quien vosotros llamáis Dios le reprochó a Dios el haberle abandonado.

-Desamparado, no abandonado.

-No, no hace falta que busques en tu libro sagrado –repuso Vladimir, al ver a Iván dirigirse a la estantería y extraer un grueso volumen.

-Mi querido amigo, esto no es el Evangelio. Busco un artículo de un periodista del siglo XX, llamado Chesterton. Aquí está: "No se conmovió el mundo, no se nubló el sol ante la crucifixión del Redentor, sino ante el lamento que subió de la cruz: el grito en que Dios confesó que Dios le abandonaba".

-Parece que tu hombre también apuesta por el abandono.

Iván continuó leyendo:

-No hallarán otro Dios que se haya sublevado. Escapa a las fuerzas del lenguaje. Los ateos sólo encontrarán una divinidad que alguna vez haya confesado su aislamiento; sólo una religión en que Dios haya parecido ser ateo por un instante.

-¿Lo ves?

-¿El qué?

-Que Jesucristo reniega de Dios, ergo no es Dios.

-Lo que yo veo es que nuestro Dios es Dios y hombre, veo que su pasión fue tan voluntaria como dolorosa y veo que entregó su vida por mí y por tí, y también veo que acudió a Dios Padre para reprocharle, como hacen los hijos de los hombres, que no le consolara en su tribulación. Si hubiéramos podido escuchar la respuesta del Padre hubiera sido algo parecido a esto: "Estoy siempre a tu lado, Hijo mío, pero fuiste tú quien se empeñó en este derroche de amor para salvar a los hombres".

-¿Derroche de amor? La redención cristiana suena a masoquismo. Un Dios ofendido que sufre para salvar al ofensor.

-Lo que salva al hombre no es el sacrificio de Dios sino su amor por el género humano.

-Lo que tú digas, Iván, pero me sigue sonando a reproche a un tercero y a masoquismo.

-Es que es un reproche a un tercero. El reproche de un hijo a su padre. Por cierto, las palabras de Cristo que tanto te escandalizan son una frase hecha. Para ser exactos, el Salmo 22,2. Es la oración del justo que se ve acorralado por sus enemigos y que, más adelante, como "un gusano oprobio de los hombres y desprecio del pueblo". Cristo era verdadero Dios y verdadero hombre y su sufrimiento no era una comedia. Y su sacrificio no fue masoquismo: fue amor por sus creaturas.

Vladimir no daba su brazo a torcer:

-Pero si Cristo reprocha a Dios el haberle desamparado, entonces Cristo no es Dios.

-Si vamos a eso, aún parece menos Dios cuando aseguró aquello de  "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno".

-Pues eso.

-Pues eso, Vladimir, lo único que me lleva a concluir es que, como Cristo era realmente Dios, no necesitaba demostrar que lo era. Dios no necesita demostrarle nada al hombre, es el hombre quien debe demostrarle todo a Dios. El Eterno no se examina ante el tribunal humano sino que exige a los miembros de la raza por Él creada plena confianza en su palabra y adhesión inquebrantable. Está en su derecho. Y también concluyo que los escritores sagrados, esos bajo cuyos escritos se forjó la Iglesia universal, tampoco sentían la menor necesidad de demostrar nada ni en resultar creíbles. Dejaron negro sobre blanco ese episodio que tú ahora utilizas. Su único empeño consistía en comunicarnos, no en demostrarnos, que "Jesús es hijo de Dios" para que, creyendo en él, "tengáis vida en su nombre".

-Pero Mateo, Marcos, Lucas y Juan sí querían resultar creíbles.

-Pues no lo aparentan. No parecen tener el menor interés en demostrar nada ni en resultar verosímiles. O sea, las dos notas distintivas de quien dice la verdad. En cuanto a Jesucristo, podía permitirse el lujo de parecer ateo porque es, en verdad, el Único Dios.

Vladimir se levantó y se acercó al ventanal, Desde allí observó la inmensidad de Moscú, capital mundial de la melancolía:

-Pero me reconocerás, Iván, que estos retruécanos conceptuales de tu Dios hace la fe en Él mucho más difícil.

-Si por fé entiendes afirmar lo que no puedes demostrar sí Pero esa es la parte más irracional de la fé, y no hay oposición entre fé y razón porque, para el cristiano, la razón es dogma de fé. No se nos pide que demostremos a Dios. Menudo dios más tanto sería aquel que cupiera en cabeza humana. Lo que nos piden es que confiemos en el Dios encarnado. Jesucristo no busca que el hombre le entienda porque nunca le podrá entender: busca su cabeza y su corazón, pero a costa de confiar en su palabra. Y créeme: no hay equivocación posible cuando se cree, se espera y se ama por confianza en Él: la certeza es total.

Vladimir se fue por la tangente. Como todo ateo anhelaba esa certeza, antes que el poder, la gloria, la fama, el dinero o el sexo. Una certeza sobre la existencia, no de Dios, sino del amor de Dios:

-Hoy comienza vuestra Cuaresma, ¿verdad?

-Sí, hoy es miércoles de Ceniza, día de ayuno y abstinencia. También yo, tragón y bebedor, grito en este día: "Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Acaso no sabes que estoy a punto de freírme un filete con patatas?". Pero te aseguro Vladimir que no lo considero un problema intelectual. Es pura gula.

Vladimir continuaba con la mirada fija en el horizonte urbano:

-Pero no me negarás, Iván, el fracaso de Cristo. Muere en una cruz…

-…se deja clavar en una cruz…

-…y el mundo continúa lleno de ateos.

-Vamos, Vladimir. Los ateos son una especie en peligro de extinción. Es más, siempre lo han sido. De hecho, no son ateos, son supersticiosos No les falta fé sino razón. Yo lo único que veo en el mundo son personas que no aceptan el Espíritu porque están borrachos de todo tipo de espiritismos, incluidos los más majaderos. Son creencias que exigen a sus fieles mucho más que la Iglesia de Roma. Verdaderamente les esclavizan. Lo único que no exigen a sus adictos es lo único que realmente debieran: el reconocimiento del propio pecado.

-Es que algunos no aceptamos que el hombre sea culpable. Algunos pensamos que el hombre ha sido abandonado por Dios.

-Es que ese es tu verdadero problema. No te preocupa que Dios haya abandonado a su hijo Jesucristo sino que te haya abandonado a ti, Y no lo ha hecho. Lo que ocurre es que la marca de la modernidad, de nuestro querido tercer milenio, se resume en esas palabras tan repetidas y tan desgraciadas: "No me arrepiento de nada". Y esa falta de sentido del pecado la que Dios no puede traspasar para tenderte una mano o estaría violentado tu libertad.

-En cualquier caso, esa enfermedad no se cura con el masoquismo de dejarse clavar en una cruz.

-No te engañes: el Cristianismo es hedonismo, no masoquismo. Detrás de las privaciones hay océanos de placer.

-La crucifixión no era muy placentera.

-El masoquista busca el dolor como producto de su desesperación. Cristo soportó el dolor porque, al parecer, la Trinidad creadora decidió que era la única forma de recuperarnos para la vida sobrenatural, que no es otra cosa que la vida del Reino, tanto en este mundo como en nuestro hogar definitivo. Además, Vladimir, tu eres profesor de psicología. Si rechazamos a priori todo tipo de sufrimiento siempre lo consideraremos injusto. No lo consideraremos dolor sino ofensa. Siempre creeremos, como muchos de tus alumnos y todos tus pacientes, como la gran mayoría de los habitantes de nuestro siglo XXI, que somos víctimas de alguien y que consideraremos todo alfilerazo de la vida como una injuria y una injusticia. Ese dolor no redime, sólo encabrona. 

-¿Y tú crees que la ausencia de sentido de culpa es una tragedia?

-Antes que nada pienso que es una falsedad. Y no sólo hace inútil la redención de Cristo al género humano sino que anula al hombre, que sólo es grande cuando se arrepiente y cambia, y mejora, y progresa. En la asunción de la propia culpa, pecado, lo llamamos los cristianos, y en el remordimiento consiguiente sólo hay grandeza y liberación. Y si no, sucede lo que le ocurre al hombre moderno, que no vive crispado, sin osustado. ¿Sabes por qué? Porque no tiene un Dios que perdona. Bueno sí que lo tiene, pero Dios ha creado hombres libres y eso supone que no puede perdonar si no hay arrepentimiento. Al hombre de hoy le falta un padre a quien elevar la queja filial: "Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado".

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com