A las 14,00 horas del lunes 17, Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid (en la imagen), presenta su dimisión y anuncia que se retira de la política. Sabe que su carrera está terminada, no podrá subir más, porque Mariano Rajoy no le perdona que en su momento optara por Rato para retirarle. Rajoy, como Zapatero, es un político al que hay que echarle: no se irá nunca, antes nos lleva al precipicio a todos.

Minutos después, la izquierda la califica de histérica y la derecha lanza en la red mensajes tales como que Aguirre dimite por un escándalo oculto en el Proyecto Eurovegas.

Por lo demás, la red recoge el hecho de que ha sido la política más insultada y amenazada, quizás porque era valiente. Sí, este es un fenómeno muy español, país donde se da un divorcio entre la opinión pública y la opinión que chilla, que es la que amplifica y a la que se da carta de respetabilidad en el mundo mediático, el mío. Como alguien dijo: ¿quién ha dicho que los periodistas somos buenas personas?

Y esto es bello e instructivo: nos pasamos el día pidiendo a los políticos que no se eternicen en el poder pero cuando uno lo hace le masacramos. En este caso, lo hace una que ha arrasado en las elecciones y a la que nadie podía quitarle el puesto.

Personalmente, me gusta el carácter de Aguirre aunque no le tolero dos cosas: que haya financiado el aborto en centros privados en la Comunidad de Madrid y su concepción del liberalismo como capitalismo. Dos ejemplos: la libertad de horarios comerciales (que en la práctica supone que el pez grande se come al chico) y Eurovegas, porque para un liberal -que no para un capitalista- todo lo que es grande es peligroso y no toda inversión favorece al bien común, que es el principal motivo económico para un cristiano y debería serlo para un liberal.

Aguirre entiende el liberalismo como darwinismo social y en parte como relativismo moral. Recuerdo que en cierta ocasión se me acercó y me dijo: "Eulogio, en el siglo XXI no se puede ser rojo". Yo no soy rojo, soy cristiano y creo que liberal en economía, es decir, amante de la propiedad privada, pero de la pequeña propiedad privada. Lo grande es ingobernable y siempre termina por ser injusto con lo pequeño.

Y como buena capitalista, Aguirre creía en lo increíble, es decir, creía en la duda, igual que los progres. Por eso, no tenía inconveniente en colocarse el mandil de masón en un congreso de masones o en acudir a Bilderberg, uno -uno más- de los exponentes del Nuevo Orden Mundial (NOM). Y no, este aspecto de Aguirre tampoco me gustaba. Pero, eso sí, me gustaba su valentía contra la progresía de izquierdas, madre del 70% de todas las chorradas (el 30% restante es patrimonio de la progresía de derechas y el porcentaje aumenta por semanas).

Con Esperanza me ocurre lo mismo que con Dolores de Cospedal. No me cae nada bien una señora que recurre a lo que ella recurrió para tener un hijo (ninguna calumnia: ella misma nos lo ha contado). La maternidad es un derecho pero también es, antes que nada, un deber para con el hijo. Vamos, que me cae gorda. Ahora bien, cuando Cospedal propone la medida más valiente y necesaria de la España de hoy -reducir el tamaño del Estado, o sea, el número de políticos- no entiendo que se la fusile por ello. Deberíamos aplaudirla.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com