Un profesor de la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid me pasa el trabajo de una de sus alumnas de Medicina con una reflexión muy parecida a la que contiene una de las frases más célebres de Gabriel Marcel (en la imagen), el filósofo existencialista francés: Amar es decirle a un ser: tú no morirás". Una observación curiosa sobre eso, el amor, en la que no aparece el término propiamente dicho y sí una referencia a la muerte y al ser. La tesis de Marcel, que aportó muchas ideas sobre la relación entre lo visible y lo invisible o entre lo objetivo y lo trascendente, coincide esencialmente con el de esa joven.
La persona amada sigue viviendo en el amante, más allá de los límites de la muerte por la experiencia de amar"
Gabriel Marcel (1889-1973) no pudo participar en el frente durante la Primera Guerra Mundial por motivos de salud, lo que le llevó a enrolarse voluntariamente en la Cruz Roja Internacional. Se encargó, en concreto, de atender las llamadas de familiares y amigos que preguntaban por sus militares desaparecidos. Esas vivencias -recibía a diario llamadas desgarradoras"- orientaron una parte importante de su pensamiento para la comprensión de lo misterioso en lo humano. Además, también influyeron en su doble conversión: filosófica (pasó del idealismo al pensamiento existencial) y religiosa (del protestantismo al catolicismo). Su bautismo no fue menos sonado que el de otros intelectuales de esa época y en Francia: Paul Claudel, Jacques Maritain, Charles du Bos, Julien Green, Henri Gheón. Desde su experiencia en la guerra, llegará a muchas de sus conclusiones sobre la comunicación entre los vivos. Sostenía, por ejemplo, que el modo más certero de conocer al hombre es amándole. En el fondo, el problema de los desaparecidos es un problema de amor. La persona amada sigue viviendo en el amante, más allá de los límites de la muerte. Pero sólo a condición de que los amantes realicen la experiencia del Amor". Lo cuenta espléndidamente José Luis Cañas -el mejor conocedor, me atrevo a decir del personalismo filosófico del siglo XX- en Gabriel Marcel: filósofo, dramaturgo y compositor. Encuentro la misma conclusión en el trabajo de una alumna de Medicina de la Francisco de Vitoria. El propio docente me ha explicado que entienda ese texto como una respuesta a la cuestión que él mismo plantea a sus estudiantes, futuros médicos. La Medicina, además de ciencia, es también una actividad profesional plenamente humanista. Y es fácil de comprender, las cosas como son, porque tratar de curar el dolor sólo con ciencia, me temo, es imposible. Entro ya en el trabajo de esa alumna. Lo único que sé de ella es que se llama Miren Iranzu y he tenido que bucear en Internet para enterarme que es una advocación de la Virgen que procede del Monsterio de Iranzu, situado en la zona navarra de Estella. La joven cuenta primero una historia y apostilla después, en distinto tipo de letra, su conclusión. Miren Iranzu centra el relato en la vida de dos ancianos con más de 60 años de matrimonio. No necesitan recurrir a la memoria, explica, ni recrearse en lo que han compartido (unos hijos, una familia, unos amigos). Sin ser muy explícita, da a entender que la anciana esposa sufre algún tipo de demencia, que no empaña un recorrido existencial en el que los dos han madurado en una unión que ha dado sentido a sus vidas. Les bastaba con mirarse", dice. A partir de ahí, la joven da un quiebro a su relato y empieza a hablar en pasado. Estaban convencidos, con cierto orgullo, de quiénes eran y de cómo habían recorrido juntos la vida. Y también de que sus mayores errores habían sido las batallas por fin ganadas". El cénit de la historia, como siempre, llega al final, cuando la alumna se recrea en cómo un día, tras acostarse juntos, ella no despertó. El hombre la acarició por última vez -añade- y constató, con una lágrima, que él seguía vivo. Sonrió. Seguían juntos. Había algo en ella que no se había marchado, como cumpliendo una promesa. Y lo mismo sucedió después, cuando, cada día, iba a visitar su tumba. Algo le daba fuerzas cuando se veía solo o cuando contaba a sus nietos, con orgullo, cómo era la abuela. Era, explicaba, el amor de su vida y le había mantenido vivo sus últimos años. A través de ella, también, comprendió que el dolor se puede transformar en gozo, por amor. Y, misteriosamente, esa vida seguía latiendo después de más de 60 años juntos". La conclusión, como señalaba antes, está escrita en distinto tipo de letra. Es mi abuelo, el mismo que me enseñó, sin apenas decírmelo, que el amor es un arma de doble filo, para la felicidad y para la tristeza, que puede abatirte en cuestión de segundos. La comunicación en un amor como ese no muere nunca y cuando uno de los protagonistas se va físicamente, de la forma más inesperada, esa relación no muere y vuelve de otro modo. Su intensidad -y el modo en que perdura- depende de cómo se haya cuidado. Mi abuelo fue mucho más lejos. Me contó que había pedido a Dios que no llamara a ella antes que a él, para que no se quedara sola, algo que se cumplió. 'No sé cuándo me tocará ir de aquí para allá, pero será después', aseguraba. Nunca dejaron de hablarse y tengo el presentimiento de que, cuando ella se fue, siguieron haciéndolo. La demencia fue lo de menos". Es en ese punto, el de la comunicación, en el que nuestra intrépida estudiante de Medicina conecta con el pensamiento de Marcel. La experiencia de la guerra no hizo más que confirmar al filósofo en lo que ya entreveía desde niño: que los hombres no se reducen a su apariencia y que lo visible se enraíza en lo invisible. En efecto, Marcel había preguntado a su tía Marguerite en su más tierna infancia en qué se convierten los muertos" y ante las evasivas respuestas de su tía le contestó: Ya lo sabré algún día". Para Marcel, como para la joven Miren Iranzu, el Amor es la Idea que fundamenta (idea metafísica) el conocimiento y la comunicación entre las personas que aman y son amadas. El filósofo entendía, además, que esa experiencia íntima es capaz de rebasar los límites temporales de la existencia. De ahí su célebre expresión con la que he comenzado estas consideraciones: "Amar a un ser es decirle: tú no morirás". Rafael Esparza