• La historia de Spanair: tres vicios empresariales, y uno político, en una sola empresa… quebrada.
  • Fainé, el banquero de rostro humano.
  • La reconversión de Carmen Martínez de Castro: cuando el diablo no tiene nada que hacer con el rabo mata moscas.
  • Los cartujos: la oración cristiana no es mudez, es diálogo en el silencio.

Esta historia, no muy alegre, sucedió en la estación de ferrocarril de Sants (Barcelona), a media tarde del viernes 27. En calidad de observador, el abajofirmante, que como buen fumador –categoría actual semejante a la de leproso en el siglo I, estaba disfrutando, en el exterior del edificio, claro está, del maravilloso olor del tabaco de pipa (Chanel 5, que le dicen). Tranquila señora ministra Ana Mato: estaba fumando en el exterior, al lado del cenicero gigante que una cafetería ha tenido a bien regalarnos a los marginados en el exterior.

Es entonces cuando se acerca un hombre de aspecto eslavo, no creo que llegara a los cuarenta años. No viste como un desharrapado y si te lo encuentras en la Diagonal podrías confundirle con cualquier empleado de banca. Con cierto pudor, que se rebelaba en su expresión de pocos amigos, revisó el cenicero y se llevó todas las colillas de más de un centímetro.

Yo nunca había contemplado el espectáculo, ni tan siquiera en mis días juveniles de fumador de celtas, yustes y -cuando disponía de capital- Goya o Ducados, no por cajetillas, sino por pitillos. Para mí, esta es una historia de la postguerra, parte de la historia leída, que no de la historia vivida.   

Luego se alejó y le pidió lumbre a un fumador instalado unos metros más allá, alguien que no había visto la maniobra previa. Porque ese inmigrante no tenía ni para tabaco pero conservaba intacta su dignidad, esa misma dignidad que debe prohibirle pedir limosna para vicios o vestir como un pordiosero.

Aprendí más con esa anécdota que con todos los análisis de Morgan Stanley o todos los rating de Moody's puestos en fila. Y me dejó mas tocado que las tontunas pedantonas de los bancos de inversión o las agencias de riesgo.

Sí, estamos en crisis, pero los hay que no se conforman con ella.

La historia de Spanair: tres vicios empresariales y uno político, en una sola empresa… quebrada

La historia de Spanair, ahora quebrada, con 2.000 puestos de trabajo en el alero, es la historia de tres barbaridades empresariales y una política.

Primera barbaridad empresarial: la de SAS, línea aérea escandinava dispuesta a pagar cualquier precio y cualquier coste con tal de crecer. Entró en España, mercado que desconocía, y perdió hasta la camisa. Lo grande, ya se sabe, resulta ingobernable.

Segundo error: convencidos de que no había solución, SAS cede la gestión a Gerardo Díaz Ferrán y a Gonzalo Pascual, los hombres 'G'. Estos utilizan la compañía como muleta de su conglomerado de viajes turísticos, no como negocio propio. Total: los suecos asumían las pérdidas de Marsans… y todos sabemos cómo acabó Marsans.

Tercera tontuna empresarial, paralela a la barrabasada política: un listo, de cuyo nombre no quiero acordarme, decide explotar el virus nacionalista catalán. Promete a la Generalitat que, previa aportación de fondos públicos, convertirá El Prat en un 'hub', un gran centro de transporte aéreo entre España, Europa e Iberoamérica. La coña es que la compañía nacionalista catalana se llama Spanair, pero dejemos eso. Al final, la Generalitat se niega a aportar más dinero y la compañía suspende sus operaciones.

Dinero perdido y abandono de más de 20.000 pasajeros, más 2.000 trabajadores. Es un desastre para una compañía que olvidó que no se puede crecer de la noche a la mañana por imperativo político, sino poco a poco. Como todo en la vida.

Fainé: el banquero de rostro humano

Los catalanes, de las piedras hacen panes, decía mi padre, recordando un viejo refrán castellano. Y lo cierto es que cuando los catalanes se dedican a crear, en lugar de a quejarse de lo mal que les trata Madrid, hacen maravillas.

Para el que suscribe resulta harto doloroso contar la historia de un banquero bueno. La misma expresión recuerda la de juez ecuánime, periodista sincero, especulador humilde o actriz modesta. Pero rarezas existen en el mundo animal y en el reino de loa homínidos.  

Y hasta puede darse el asombro caso -¡Cielos!- de un banquero preocupado por el bien común, un banquero con valores… que no sean valores bursátiles. Hablo de Isidro Fainé, presidente de La Caixa y de Caixabank, entidad esta última que ayer presentaba sus resultados correspondientes a 2011, uno de los ejercicios más duros para la banca (aunque no se inquieten: 2012 será peor).

Lo cómodo hubiera sido la conversión de La Caixa en un banco y el abandono de la Obra Benéfico-Social (OBS) de la entidad. Fainé no lo ha hecho, y ha seguido dedicando la misma cantidad, 500 millones de euros anuales, a cuestiones tales como ayudar a los moribundos y a chavales en situación de pobreza extrema. El Banco de España y los gobiernos, sean del PP, del PSOE o de CIU, animan a las cajas de ahorros, hoy convertidas en bancos, a olvidarse de la OBS y "recapitalizar" la entidad. Fainé ha demostrado, en plena crisis,  que es capaz de ambas cosas, pero su prestigio como profesional del sector aumentaría si se olvidara de la 'incordiante' OBS.

No sólo eso, en contra de la moda que impone la especulación financiera, mantiene como puede la mayor gloria de las gloriosas cajas de ahorros, creación de la Iglesia destruidas por los políticos: industrias estratégicas claves para la economía española y la creación de empleo: Yo no vendo, respondía a los periodistas, en tal caso compro. En resumen, todavía hay un banquero que pone la banca al servicio de la economía real –que es para lo que nació- no al revés.

Tras la muerte de Luis Valls no creo que nos quede otro banquero con sensibilidad social. Y los dos eran catalanes.

Tras terminar estas líneas, les ruego las borren de su disco duro y de su memoria. A mi pedigrí periodístico, no le hace ningún bien cantar las alabanzas de un banquero. ¡Qué van a decir mis amigos!

La reconversión de Carmen Martínez de Castro: cuando el diablo no tiene nada que hacer con el rabo mata moscas.

La reforma de la Administración pública, o cómo reducir el tamaño de un Estado que agobia a las sociedades occidentales, no pasa  tanto por reducir el número de funcionarios sino por poner a trabajar a los que ya hay.

El Gobierno Rajoy ha planteado el déficit cero pero a medio plazo y ya se sabe que a medio plazo todos estaremos calvos… y a largo plazo muertos. No está mal la medida, desde luego, pero se trata de una medida estadística y ya se sabe que "el 90% de las estadísticas son falsas; ésta también".

La reducción del tamaño del Estado –que no es malo por ser público sino por ser monstruosamente grande- se hace en el día a día. Por ejemplo, Rajoy sólo tiene que reparar en lo que ha hecho, sin necesidad de acudir al BOE ni a la planificación estratégica, su jefa de prensa, Carmen Martínez de Castro, al lado suyo, en la mismísima Moncloa. Si le comparamos con Félix Monteira, del equipo Zapatero, la Secretaría de Estado de Comunicación, nudo central de la información monclovita, ha experimentado los siguientes cambios.

En primer lugar, Monteira contaba con nada menos que tres Direcciones Generales para cantar las excelencias de Zapatero: una para Nacional, otra para Internacional y una última de Coordinación (¿Coordinación de qué?) Pues bien, han quedado reducidas a una, que ocupa Consuelo Sánchez Vicente. Había 6 subdirectores generales, que Martínez de Castro ha reducido a cuatro.

El señor secretario de Estado disponía de jefe gabinete y cinco asesores –al parecer, su función era vital para la propaganda gubernamental-. Su sucesora los ha reducido a tres. El director general de la Vicepresidencia, adjunto a la secretaría de Estado ha sido sustituido por un periodista.

Y lo más importante: se ha traído con ella a dos externos y ha utilizado a funcionarios cruzados de brazos en Moncloa, y eso que los funcionarios de Moncloa, tras ocho años de Zapaterismo, eran casi todos socialistas de pro.

Pues eso: hay que reducir el número de funcionarios y de cargos de confianza, ciertamente pero, sobre todo, hay que ponerlos a trabajar.

Los cartujos: la oración cristiana no es mudez, es diálogo en el silencio

Pasé muy buenos ratos con el fallecido director de la Real Academia Española, Fernando Lázaro Carreter, un cristiano sabio, con esa adustez amable que sólo castellanos y aragoneses, gente de interior consigue aunar. Le costaba tener paciencia con el pedante, aunque más que con el iletrado, pero lo conseguía.

Recuerdo que una de mis primeras entrevistas como periodista en edad de merecer le pregunté (era una orden del redactor jefe, que conste) qué le hubiera gustado ser. Respondió: "Cartujo. Eso debe ser el colmo de la maravilla".

Recordé de él cuando, días atrás, visite la Cartuja de Miraflores en las afueras de la muy noble ciudad de Burgos. Aún sin penetrar en el recinto, ya entiendes las enseñanzas del buen Ignacio de Loyola –que de cartujo no tenía nada-, cuando revela la clave de sus ejercicios espirituales en una sola palabra: el silencio. El mismo mensaje de la santa más peculiar del siglo XX, apóstol de la Divina Misericordia, Faustina Kowalska, quien repetía su mensaje en estos términos: "Dios huye de las almas parlanchinas y apresuradas".

Tenía yo que enterarme de cómo viven esta veintena de frailes en el siglo XXI, que no se distingue por el silencio sino por el ruido. Así que comencé a preguntar al portero y a leer. No hablo de espiritualidad, sino de agenda. Veamos:

El Cartujo no sale de su celda –más bien un apartamento ermita- más que tres veces al día, para maitines (de 0 a 2,30 horas), misa (ocho de la mañana) y, por la tarde, para vísperas. En sus celdas, que suelen tener un pequeño huerto anexo, rezan, estudian y trabajan y comen en soledad, aunque ellos hablan de "bienaventurada soledad" Al parecer, se sienten bien acompañados y no necesitan hablar: ya hablan con Dios. Porque esa es otra: el silencio externo provoca una increíble locuacidad interna. La oración cristiana no es mudez, es dialogo.

De sueño andamos bien. Se acuestan a las siete y media de la tarde y se levantan a la once y media para maitines. Luego, a eso de las tres, vuelven a dormir hasta las 6,30 y otra vez arriba.

Se dice comer por decir. No desayunan, a mediodía ingieren su única comida y, por la tarde-noche, un pedazo de pan. Desde el 14 de diciembre (festividad de la Santa Cruz) hasta Pascua (de Resurrección, no de Adviento), esto es, unos seis meses, no toman leche ni carne y un día a la semana pan y agua. ¿No está mal, eh?

Los domingos y fiesta de guardar comen conjuntamente en el refectorio y tiene una 'tertulia', a eso de las tres de la tarde. Qué quieren que le diga, un exceso.

Contactos con el mundo. Prohibidos los aparatos de radio y de TV -¡quién pudiera!-, así como los periódicos, revistas y libros profanos. Los parientes pueden visitar al cartujo dos días al año y las relaciones por carta o por teléfono se circunscriben a los casos de necesidad.  

Entre los 20 y los 45 años se puede entrar en la Cartuja. Pero hay que tener muchos redaños para ello y el procedimiento resulta bastante democrático: los monjes votan y, en su caso vetan, al aspirante. A ver: dos años de postulado y luego, previa nueva votación de los frailes, admisión en la cartuja. Ahora bien, tendrán que pasar otros cinco años –es decir siete en total- antes de que se les permita formular los votos solemnes, es decir, perpetuos.

Oiga usted, estos cartujos no sufren la crisis. Como no la sufre quien vive fuera del ruido del mundo. Es, como diría don Fernando Lázaro, el colmo de la maravilla.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com