Al parecer fue Gore Vidal quien se inventó lo de criptofascista. Con insulto tan sonoro se pretendía aludir a ese personaje que esconde su tendencia facciosa para no comprometerse. Lo digo porque, a tenor de un artículo mío acerca del aborto, en las redes sociales me han tildado de cristo-fascistas. Sí, con 's', no con 'p'.

Y esto es bello e instructivo porque demuestra la evolución de la progresía durante, pongamos los últimos 30 años. Era habitual calificar a alguien de fascista, en especial a cualquier enemigo político al que quisiera menospreciar. Ahora bien, combinar cristianismo con fascismo, en el apócope compuesto cristo-fascista, esto sí, resulta muy original.

El proceso denigratorio que va desde criptofascista a cristofascista es el mismo que va a enfrentar el pontificado de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco. Podríamos resumirlo así: quien se confiesa cristiano es un ultra y, como tal, no merece ser tenido en cuenta. Punto y final.

Porque lo de fascista ya no le importa a nadie. Lo de cripto era solo un adjetivo que intentaba añadir sal a la herida. Lo importante es la alusión religiosa, porque el nuevo progre no odia al fascismo de Mussolini, odia a Cristo, que es muy distinto. Lo de fascista es como llamarle a alguien imbécil: no significa nada, ni semántica, ni históricamente, dado que pocos de entre quienes utilizan el término saben en qué consistió el fascismo. Pero el prefijo ayuda a convertir el insulto en infamia.

El verdadero insulto consiste en catalogar a alguien como cristiano. Recuerden que la cristofobia es nota distintiva de los últimos tiempos. Ya no hay izquierdas ni derechas: sólo cristianos y cristófobos.

Eulogio López

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