La reforma bancaria presentada el jueves 2 por Luis de Guindos tiene un aspecto bueno y otro malo.

El bueno figura en la primera parte, el malo viene luego.

En la primera parte se nos dice que los bancos tendrán que sanearse solos, lo que le supondrá una aportación de 50.000 millones de euros. Hasta ahí estupendo: que cada palo aguante su vela.

El ministro asegura, además, que, tras elevar las provisiones para impagos inmobiliarios, los bancos se verán obligados a vender -de una puñetera vez- sus pisos embargados en lugar de aguantar hasta que repunte el sector... que no repunta. Si los bancos se deciden a vender, en efecto, habrá pisos baratos y las inmobiliarias tendrán que vender, también, más barato.

Hasta ahí todo bien. Y también procede el aplauso para el complemento a la reforma aprobado por el Consejo de Ministros el viernes 3, en el que se ponen límites a los sueldos de los directivos "ayudados" por el dinero público. Incluso se echa de menos una plasmación de responsabilidades para los malos banqueros.

Lo malo viene en la segunda parte. Oiga, ¿y si hay bancos -que los hay- que no pueden afrontar el saneamiento con sus propios fondos? Entonces De Guindos propone fusiones. Ahora bien, si fusionas un banco malo con otro malo tienes tres problemas y si fusionas un banco bueno y otro malo tendrás un tercer banco malísimo.

En definitiva, las fusiones conllevarán ayudas públicas, por mucho que el ministro insista en que no habrá coste para el contribuyente. Tengan en cuenta una cosa: hablamos de un saneamiento global propio de 50.000 millones de euros pero si nos acogemos a la otra vía, la de las fusiones con ayudas, el ejemplo que nos viene a la memoria es el modelo de la absorción de la CAM por el Sabadell... que nos va a salir por no menos de 20.000 millones de euros. Eso, sólo la CAM. Es decir, el coste se dispara. Y la CAM sólo representa el principio de los dolores.

En conclusión: el saneamiento de la banca española nos va salir por un pico.

Pero la culpa no es de Luis de Guindos sino de Mariano Rajoy. Rajoy lo tiene claro: hay que sanear la banca, pero no quiero ni emplear dinero público ni que quiebre ninguna entidad. Pues mire usted, presidente, eso es un imposible. Es más, puestos a pagar, las fusiones son mucho más caras que el famoso banco malo, sólo que su coste es más difícil de detectar porque se alarga en el tiempo. En plata, que no nos enteraremos del coste definitivo del saneamiento de la CAM hasta dentro de ocho años y, para entonces, todos calvos.

El sistema de ayudas públicas a bancos en crisis se hará mediante los famosos CoCos, o bonos presuntamente eternos pero convertibles en capital.

Y lo más importante: ¿conseguirá esta reforma que vuelva a fluir el crédito? La respuesta es no. Mire usted, la necesidad de saneamiento reduce el crédito pero mucho menos que las propias normas de regulación bancaria. Mientras todo Occidente (Basilea II) y la Agencia Bancaria Europea (ABE) fuercen a la banca a comprar deuda, el banquero se atendrá a lo fácil: comprarle dinero al Banco Central Europeo (BCE) al 1% y comprar deuda pública al 3%. Porque la deuda no computa a efectos de recursos propios, mientras sí lo hacen los créditos hipotecarios, empresariales, al consumo o a participadas industriales.

En otras palabras, los bancos no quieren dar crédito a la economía real mientras se le exijan -y se les premie- la compra de deuda pública.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com