Sr. Director:
Cualquier hijo de vecino sabe, excepto nuestras autoridades, que en el título de un libro hay mucho de marketing, pues es lo primero, junto con la portada, que uno ve.

El título ilumina el libro sin desvelar su misterio, ha de sugerir, intrigar, atraer, y es bueno que contraste con su interior para llamar la atención e incitar interpretaciones. Es importante que el título evite referencias demasiado explicitas al argumento para no vender el final en él; debe ser expresivo y, además de sonar bien, buscar deliberadamente asociar todo lo dicho e ir más allá de lo obvio. 

Que el título de un libro llegue a ser tema del Consejo de Ministros, del Parlamento y  de todas las instancias políticas de nuestro país me suena a insulto. ¿No tienen sus señorías nada mejor que hacer Para colmo dicen que ni lo han leído ni lo piensan hacer. El problema está en que el título les han tocado la fibra (diccionario RAE: vigor, energía, robustez) y eso no se puede consentir.

Que una periodista italiana, casada, madre de cuatro hijos, que trabaja en la RAI y para colmo católica se haya atrevido a tal atrevimiento es muy pero que muy fuerte y, por lo tanto, asunto de Estado. Tampoco yo lo he leído, pero como que todo el mundo opina, también yo lo voy a hacer. Intuyo que un título de este calibre, que proviene de una carta de San Pablo, después de casi dos mil años y proviniendo de una mujer con éxito, no se puede consentir de ninguna manera, faltaría más.

Ese tipo de mujer no se puede permitir, no, porque no es el prototipo de fémina, la que busca ser un macho, que con la ideología de género quieren todos gritando que las mujeres seamos. Una mujer así se carga el Estado.

Una mujer así, que por amor y libremente se somete al marido igual que éste a ella, no será nunca la mujer que abandona su hogar, la mujer que aborta, la que ha de ser pretty woman fuera de casa y sometida al jefe y a su trabajo; interesa una desequilibrada en la alcoba, que deje a los niños delante la TV o los apunte a todo tipo de actividades para tener tiempo para ella y ser en el fondo una infeliz de cuidado. A la mujer hay que someterla, si, y esclavizarla en otros menesteres, nunca dejarla ser feliz con su compañero libremente elegido.

Una vez más vemos los caminos paralelos que andan las autoridades elegidas y el pueblo llano, que solo quiere salud y trabajo, como San Pancracio y amor, cariño y respeto, como todo ser humano.  

Rosalía Cortés