En primer lugar, la corrupción. La lista de ministros del Partido de Lula da Silva y Dilma Rousseff es larga. La corrupción es real en el mundo y las necesidades de muchos impecunes también.

Segundo. La histeria respecto a esa corrupción que ha llevado a acusar a un diputado por comprar un dulce con su tarjeta oficial.

Tercero. La confusión en las protestas. Cada cual pide algo distinto, y los alborotadores acogen peticiones nobles, como que no suba el transporte público mientras otros piden más sanidad pública.

Otra característica es que los indignados protestan pero no ofrecen alternativa alguna.

Por las mismas, ninguna respuesta de las autoridades calma a los sublevados. Ninguna medida les puede satisfacer porque no saben lo que quieren. No pretenden nada, sólo dar rienda suelta a su hastío.

Y lo más importante, como ocurriera en el 15-M: los violentos, porque eso es lo que son, violentos, toman la bandera de cualquier petición noble para destrozar escaparates. Así que ocurre lo de siempre: los violentos se llevan el protagonismo en televisión mientras la gran mayoría, no violenta, acaba por darse cuenta de que están siendo utilizados y se retiran hacia otros campos de reivindicación pacífica. Pero no suelen ponerles micrófonos en sus labios. A los cámaras de TV sólo les interesan los violentos, los que vulneran la libertad de los demás. Con ello multiplican la mala uva de los tales.

Brasil, un espejo del mundo; confusión, atolondramiento, mucha rabia y desesperación. ¿Qué es lo que más me preocupa Lo primero, la legión de desesperados. Lo segundo, que de esta olla que bulle salga un pacificador que seguramente será un sincretista, de alcance global, por encima de naciones y credos, es decir, la ideología de la Bestia. Y todos los mentecatos le llamarán reformador y redentor de la humanidad.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com