Si la verdad es inalcanzable la felicidad es imposible

El problema no es que el hombre haya dejado de creer en Cristo sino que ha dejado de creer en el hombre, en su condición racional y libre.
Uno diría que 2011 comienza con un cierto aroma pesimista. Todos, izquierda y derecha, cristianos y progresistas, jóvenes y viejos, y, lo que resulta más definitorio, madridistas y culés, abogan porque 2010 termine cuanto antes, en la curiosa e insensata esperanza de que el 1 de enero amanezca un mundo nuevo, como si una noche de juerga pudiera cambiar a la humanidad. Por el contrario, se necesitarían muchas noches y, sobre todo, muchos días de juerga para levantar el ánimo de una humanidad tan quejumbrosa como la de ahora mismo.

Porque esta es la marca del siglo XXI: la tristeza: abundan los rostros ceñudos y escasean los semblantes risueños, menudean las risas pero escasea la sonrisa.

Lo cual resulta bastante lógico en un mundo que enaltece los sentimientos mientras considera sospechosa a la razón. El problema no es que el hombre haya dejado de creer en Cristo, el problema, ahora, en 2010, es que ha dejado de creer en sí mismo, es decir, en su condición racional, por tanto, libre.  

La exaltación de los sentimientos es fuego fatuo. La sensibilidad no es consecuencia sino causa, de haber llegado a una conclusión. Además, los sentimientos cambian, mientras la razón permanece, porque los sentimientos tratan de alcanzar la felicidad sin pasar por la verdad y, al final, resulta que eso no es posible. Es más, si la verdad es inalcanzable la felicidad es imposible.

Pero el problema no es de ahora, lo cual ahorra argumentos. Hace 100 años, Chesterton lo explicaba así: Un mundo en el que los hombres saben que la mayor parte de lo que saben probablemente sea falso, no puede llevar el digno nombre de mundo escéptico; es simplemente un mundo impotente y abyecto, que no ataca nada, sino que lo acepta todo porque no se fía de nada; acepta incluso su propia capacidad para atacar; acepta su propia falta de autoridad para aceptar; duda incluso de su derecho a dudar.

Pero no caigamos en el fatalismo de pensar más bien sentir- que no podemos salir de ese pozo. Vaya si podemos. Lo cuenta el propio Chesterton, cuyas carcajadas llenaron Fleet Street durante el periodo británico de entreguerras: Pero el hombre ha vuelto a empuñar sus propias armas; voluntad y adoración y razón y una visión del plan de las cosas; y volvemos a estar en el amanecer del mundo.

Yo añadiría: no sabemos cuándo llegará el crepúsculo, pero nos pillará tan anhelantes por extraerle todo el jugo a la vida como en la salida del sol.

Lo único necesario es volver a confiar en Cristo y volver a confiar en el hombre. Sí, ya sé que lo segundo es difícil sin lo primero y desconozco cómo se puede confiar en la creatura sin abandonarse en el Creador. Pero, al menos, no es mal camino hacia la realización personal aceptar que el hombre se considere capaz de dar un sentido a su vida. A partir de ahí, la humanidad recuperará la alegría perdida, el nuevo amanecer.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com