Esta es la historia de la esposa de un ex presidente del Gobierno, metida en política y llegada a la Alcaldía de Madrid. Ana Botella contradice al mismísimo ministro del Interior, Jorge Fernández, a la sazón de su mismo partido, quien pretende multar a las prostitutas.

Doña Ana asegura que la mayoría son "personas sometidas" y, en pocas palabras, se ha apuntado al club de países y ciudades que no condenan a la prostituta sino al proxeneta y al cliente.

Por supuesto que hay que condenar al proxeneta, un esclavista, y al cliente, un degenerado. Pero sin olvidar que si la coima vende su cuerpo por dinero, el cliente lo compra. Ambos son culpables.

Por cierto, que quienes defienden la condena exclusiva para el cliente deberían caer en la cuenta de que están condenando a la prostitución como tal, por inmoral. Y eso no lo reconocen.

En efecto, el proxeneta vulnera la libertad de la mujer pero el cliente no. El cliente paga por un servicio aceptado libremente, pero dejemos eso.

A lo que voy es a que Botella, quien habla de ayudar a las prostitutas, adoptó una gran decisión en Madrid cuando empezó como concejala. Se trataba de que el Ayuntamiento ayudaría a todas las prostitutas que lo desearan a salir del infierno: protección de los tratantes del sexo pagado, ayuda para regresar a su país o ayuda para rehacer su vida, encaminándolas hacia un oficio digno. Una gran idea pero que terminó en fracaso. Hablé con una de las colaboradoras de Botella en esa campaña de reinserción de prostitutas y me dijo que casi se abandonó porque sólo se consiguió éxito con un 2% de las mismas. La alcaldesa de Madrid experimentó en propia carne la durísima realidad de que muchas de esas mujeres sencillamente no querían abandonar el oficio.

Y no me extraña, la parvedad moral de una mujer que ha convertido el sexo en animalidad coincide con todo un movimiento en defensa, no de las prostitutas, sino de la prostitución. En plata, que la mayoría de las mujeres que ejercen tan repugnante oficio quieren seguir ejerciéndolo. Y entonces llegamos a la terrible conclusión: hay que perseguir al proxeneta y al cliente… y hay que perseguir a la prostituta que ha hecho de la degradación su modo de vida.