(Marcos 1, 21-39)

Volvemos a Cafarnaún. Es una pena que los hombres del siglo XXI no podáis contemplar otra cosa que sus ruinas. Tras Jerusalén y Nazaret, aquel pequeño puerto pesquero del Lago de Galilea, constituye el escenario más visible del paso del Dios encarnado por vuestro mundo.

Hasta Cafarnaún llegó Jesús un día, al comienzo de su predicación. Entró en la Sinagoga, según costumbre, y comenzó a enseñar. Con razón, los cronistas, esto es, los que los hombres conocéis como los cuatro evangelistas, insisten en que la muchedumbre se quedaba asombrada porque les hablaba "con autoridad, no como los escribas". Pero, ¿en qué se dejaba ver esa autoridad? Pues en dos aspectos. En primer lugar, porque el Maestro hablaba en primera persona, con el siguiente introito: "Yo os digo…". Aún más: enmendaba la mismísima Ley de Moisés, con aquella adversativa, tan propia de él: "Habéis oído que… pero yo os digo". Eso era hablar con autoridad y ante esa personalidad sólo cabía la adhesión absoluta o el absoluto rechazo.

A lo largo de 2.000 años de historia cristiana, los ángeles estamos un poco hartos de la bobalicona interpretación de tantos aprendices de inteligentes y de algún que otro exégeta. Podríamos resumirla así: "Jesucristo fue un gran hombre. Un gran maestro moral pero tanto como Dios…".

Hay que ser merluzo para proferir tamaño disparate. El Maestro se decía Dios e Hijo de Dios y pedía que se le reconociera como tal y ¡que se le adorase! Así que sólo nos dejó un juicio posible: o era el más soberbio de los hombres, el mayor estafador que haya existido y existirá… o era realmente Dios.

Ningún hombre ningún maestro, ningún líder, se ha presentado ante los hombres como un Dios. Sólo lo hará Lucifer, en los últimos tiempos y por delegación. Además, a Lucifer le está vedado el tomar forma humana, le está prohibido encarnarse.

Digo que ningún hombre se ha presentado antes sus congéneres como Dios, entre otras cosas porque se le exigiría demostrar su divinidad, tarea un tanto compleja. Por tanto, una de dos: o Cristo era el peor de los hombres o era realmente Dios encarnado. ¿Un gran hombre? No. Es el único maestro moral que ha hablado de Dios en primera persona del singular.

La segunda diferencia entre el Redentor y el resto de la humanidad era, y así lo percibió el pueblo judío –pues la salvación viene de los judíos- con poder para poner a mis queridos colegas, los espíritus malignos, en su lugar: Cristo expulsaba a los demonios y los demonios le obedecían. No conozco a ningún ser humano ni -¡Ay!- a ningún ángel, que pueda hacer otro tanto.

Os decía que estábamos en la sinagoga de Cafarnaún. El bueno de Marcos cuenta que, entre los presentes, había un hombre "poseído por un espíritu inmundo". ¡Buen adjetivo, este de inmundo!

A los hombres del siglo XXI os asombra el excesivo número de poseídos que pululaban por la Galilea y la Judea del siglo I. A nosotros, los ángeles, que vivimos fuera del tiempo y por ello poseemos una visión más certera de cualquier época, no nos asombra en absoluto. En los tiempos modernos la táctica de Satán consiste en ocultarse. En otras épocas, ha optado por lo contrario, por el terrorismo directo. Hoy le interesa todo lo contrario. No puedes pretender que la humanidad niegue, no ya al mismo Dios, sino al universo espiritual entero, y luego contemple a hombres poseídos por espíritus diabólicos, dando numeritos.

Pero os lo advierto: los tiempos están cambiando. A Satán se le ha permitido tal control sobre los hombres que marcan la opinión general –lo que vuestros colegas norteamericanos llaman lo políticamente correcto- que mucho me temo que el Rey del Orgullo planee regresar al primer plano que nunca quiso abandonar. El rey de la vanidad no resiste el anonimato durante demasiados siglos.

Y, con la ayuda de la corriente progresista, se está forjando en la humanidad lo que uno de vuestros escritores calificó como el 'brujo materialista', el hombre que no cree en Dios pero que adora lo que llama "fuerzas", o "energía vital", o "medio ambiente". A nuestros colegas malignos les encanta que los humanos les conciban como 'fuerzas': ellos saben muy bien que no son fuerzas, sino seres espirituales, con un objetivo muy claro: fagocitar a los hombres. Decidieron libremente y optaron por el mal, ahora ya no pueden elegir sino dejarse llevar por sus instintos, pues su tiempo fuera del tiempo ya pasó y en su eterno presente sólo pueden poseer a los hombres, aún pendientes de juicio.

Y allí, en la sinagoga de Cafarnaún, había un poseído. Entendedlo bien: Dios no permite a ningún espíritu maligno poseer ningún alma humana, tan sólo su cuerpo. Y allí estaba la víctima, escuchando al Mesías, con el problema añadido de que los demonios no pueden comprender el sacrifico redentor pero sí reconocer al Redentor. Perdonad, muchachos, pero la raza angélica, que no es raza sino sociedad, libre de las ataduras de la materia, es mucho más inteligente que la raza humana.

Digo que aquel poseído que escuchaba a Cristo, de nombre Josué, interrumpió el "pero yo os digo", para gritar, con estridencia y con cierta zafiedad:

-¿Qué hay entre nosotros y tú, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos?

Sinceramente, entre Dios y los demonios no hay nada, pero ésta es una de las perfecciones divinas: permite la impertinencia de los soberbios, sean ángeles y hombres. La pregunta de aquel demonio ponía en pie de igualdad al Creador y a la criatura angélica, en este caso demoniaca. En cualquier caso, al final, el espíritu estalló, como una vedete a la que han criticado sus afeites:

-Sé quién eres tú, el Santo de Dios!

Al fondo, en la bancada de mujeres, estaba su esposa, hija de gentiles pero educada en la ley mosaica, de nombre Sephora. En ese momento, cuando la boca de su marido vomitaba el diabólico reconocimiento de la deidad del Maestro, Sephora entendió de golpe las rarezas de su esposo, su desamor y el sufrimiento al que estaba sometido.

Veréis: escritores de segunda división os han hecho creer a los hombres que los malignos disfrutan exhibiendo a los humanos cuyo cuerpo controlan. No hay tal. Los malignos, insisto, sólo pueden controlar el cuerpo de una persona; respecto al alma, sólo pueden tentarle al mal, igual que ocurre con el no poseído. Aquel espíritu que tenía eslavizado el cuerpo de Josué se rebelaba porque sentía que la gracia del Santo de Dios les iba a arrebatar la materia conquistada:

-¡Calla y sal de él!     

 Es curioso: los ángeles os parecemos lejanos e improbables, hasta que nos percibís, sea para bien o para mal. Así que cuando entráis en contacto directo con el mundo espiritual no preguntáis "¿Qué es esto?", sino que confirmáis: "¿Así que era esto?". Es producto de vuestra doble naturaleza: sois mezcla de cuerpo y espíritu, esto es, también sois seres espirituales.

Por eso, ninguno de los presentes en la Sinagoga de Cafarnaún dudó acerca de lo que realmente estaba ocurriendo. No podían ver al Maligno, sólo a su poseído, pero eran tan conscientes de su presencia, y de su derrota, como de aquello que contemplaban sus ojos: su vecino Josué, se retorcía en espasmos de dolor para, al instante siguiente, recuperar su sonrisa serena y agradecida.

La sesión litúrgica en la sinagoga se interrumpió para no reanudarse. Algunos sentían miedo, otros estaban paralizados por el estupor, un tercer grupo revivía, como la esposa de Josué, el comportamiento extraño de un familiar, un amigo, un vecino, que hasta ahora habían considerado un desequilibrado o no habían considerado en absoluto. Algunos salieron con el propósito de traer a sus lunáticos hasta los pies de aquel hombre que tenía poder sobre el mismísimo infierno.  

El liberado sencillamente se arrojó a los pies del Maestro y lloró. Y allí se cumplió, anticipadamente, el proverbio que mejor define lo que ocurre en el Reino: "Allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos".

Lo que no deja de ser una paradoja. Porque todos aquellos que, como los escribas y fariseos presentes, aferrados a su orgullo, comprendieron que este mundo no tiene por qué ser un valle de lágrimas, al menos, no de lágrimas amargas. El universo material fue creado como espejo del universo espiritual y vuestra vida terrenal no es más que el aperitivo de vuestra vida eterna. Otra cosa es que hombres y ángeles lo convirtamos en un horror. Pero eso sólo depende de vosotros y de nosotros, de cada hombre y de cada ángel. En vuestro caso, todavía estáis a tiempo, estáis a la espera de juicio.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com