Sr. Director:
Al parecer, en un inesperado instante pudiera todo desaparecer. Japón ha sido invadido. Cuando el mundo entero y su despedazado asombro apenas pestañeaban por no perderse la permitida y ejercitada resistencia de un libio elemento, otros elementos, esta vez naturales, invadían sin alivio ni compasión al tercer país del planeta desterrado.

 

Tierra, agua y fuego dejaron sin aire a cientos de miles de japoneses. El país del sol naciente, como si su bandera lo ondeara, fue tocado y hundido por el mayor de sus frecuentes terremotos. Richter hizo diana y ascendió esta vez hasta el noveno piso sin previo ni aviso. La fatal sacudida fue tal, que el espasmo hizo temblar a la quietud y ahondó a toda la superficialidad que merodeaba en cubierta. Camas rotas, casas de bote, coches de agua, ríos por calles, llenos desagües

No conforme con subir hasta lo más alto del temblor, la catástrofe quiso cebarse abriendo además la caja de los tsunamis. Sin ni tan siquiera saludar, las sedientas olas surfearon tierra adentro los tejados afeando cuanto arrasaban. El paisaje quedó mutilado dejando sin contemplación ni temple a un sumergido Japón. El océano pacífico venció con tal saciedad que la calma nipona navegaba a la deriva mientras el silencio burbujeaba afligido.   

La naturaleza ha descolocado al pueblo japonés, que fiel a su forma y norma, ciencia y creencia, lucha y valor, ha visto, por expresa intención del destino, que su desintegrado territorio ha quedado en barbecho y casi sin techo firme. Empezar de cero no es fácil y menos si se ha perdido todo sin conseguir nada. Aunque la fe e ideología oriental traduzca la palabra crisis en oportunidad y por el camino recorrido anden más veloces que los demás, Japón ya no será como quería ser.

Las lecciones encriptadas y subliminales que aleatoriamente la madre tierra está repartiendo en fascículos, últimamente con más entregas que nunca, y que está provocando sumersiones de  bienes materiales y emergencias de nuevas intenciones de vida deberían tener repuesta inmediata por parte de la humanidad que entiende y atiende la coherencia. Esperemos que la desgracia de Japón sirva para modificar el peligro inventado por el hombre al ver, sentir y sufrir que le puede convertir en nadie. El mundo revuelto necesita un retorno a los valores, si no empezamos a ponerlos en práctica y no entendemos que sin ilusión común no hay ni hoy ni hubo mañana, que el lucro y el miedo son la lacra del presente, que la tierra no es nuestra sino que estamos de alquiler, que la inmediatez no es la mejor aliada y el triunfo no siempre el mejor objetivo, que creemos saberlo todo pensando sin entender, que estamos a merced de lo desconocido y que si seguimos como si nada quedaremos sumergidos en la nada y sin nada de nada ni nadas ¡Glu!, ¡Glu!, ¡Glu!

Japón ya ha cambiado, ¿el mundo quiere igual?

Oscar Molero Espinosa