Merece la pena leer el artículo que nos remite Juan Julio Alfaya: ya no quedan templos cristianos en Afganistán, un país salvado de los talibanes por los ejércitos y el dinero del Occidente cristiano.

Toda la diplomacia occidental debería proponerse un sólo objetivo a cambio de arriesgar la vida de sus soldados y de perder el dinero de sus contribuyentes: que, a cambio de esa ayuda, los nuevos gobiernos respetaran los derechos humanos. En Afganistán ya vemos que no es así: se ha ganado la batalla militar contra los talibanes pero se ha perdido la batalla cultural. Y cuando se pierde la batalla cultural se acaba por perder todas las demás: la militar, la política, la económica y la social. Diez años de guerra sólo han servido para que los talibanes campen por sus fueros y para que los occidentales se hayan dejado 10.000 vidas en civilizar un país de fanáticos que ahora van a dejar sumido en el fanatismo.

De cualquier forma, de todo se aprende. Por ejemplo, ahora sabemos que para medir la democratización del Islam sólo debemos pensar en si las primaveras árabes respetan a los cristianos. Si hay libertad religiosa el resto de los derechos llegan de suyo. Porque lo que está en juego es un deseo apenas disimulado de acabar con el Cristianismo.

Un intento no dirigido, aunque sí ejecutado, por los fanáticos islámicos sino por el Nuevo Orden Mundial (NOM), que anida en Occidente y que tiene un primer, y casi diría único objetivo: borrar a Cristo de la faz de la tierra. No lo van a conseguir, naturalmente pero, mientras lo intenta, joé el daño que están haciendo.

Una cosa más: Asia, el continente del tercer milenio y el más poblado de la tierra, más allá de las zonas islámicas, en el Lejano Oriente no se dedica a destruir Iglesias, sólo a conquistarlas. El Islam incendia templos pero el panteísmo oriental es mucho peor: ha asumido el capitalismo occidental más salvaje

Además, filosóficamente hablando -y esto es lo único que importa al final- el Islam no es más que una caricatura del cristianismo. Sólo hay dos filosofías, dos cosmovisiones posibles: o cristianismo o panteísmo, éste último se ha plasmado en Occidente en dos formas: el materialismo práctico obsesionado con las fuerzas psíquicas pero que no cree en la persona de Cristo, y el neopaganismo (el esoterismo) dispuesto a adorar todo menos al Creador hecho hombre.

En cualquier caso, el Oriente (piensen en China, India y demás países asiáticos emergentes) ha asumido la libertad capitalista occidental, sin ola de justicia que a Occidente le había otorgado el cristianismo. Los chinos lo han resumido así: un país, dos sistemas: marxismo político y capitalismo económico. Han hecho suya la libertad económica y el respeto a la propiedad privada que predica el cristianismo al tiempo que destrozaban al predicador: lejos de aniquilar a la Iglesia, como hacen los islámicos, han hecho algo peor: han cerrado su propia iglesia paralela. China constituye hoy el mejor logro del Nuevo Orden Mundial (NOM), que no pretende destruir a la Iglesia, sino conquistarla.

El resumen, el fanatismo islámico hace mucho ruido pero el principal enemigo del Occidente cristiano son dos: su tendencia al suicidio y el Lejano Oriente, que le está derrotando con sus propias armas. Pero, en el entretanto, los gobiernos occidentales en Afganistán podrían haber aprovechado la ocupación para reconstruir iglesias cristianas y proteger a los cristianos afganos de los fanáticos talibanes. Eso habría civilizado el país y habría salvaguardado el principio democrático básico: la libertad de culto. No lo han hecho.

Eulogio López

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