Algunos lectores me reprochan mi dureza con Gallardón (curiosamente ninguno con Ana Botella) en mi artículo de la anterior edición, que comentaba el rifirrafe parlamentario del ministro de Justicia con la izquierda comunista, la progresía del PSOE -en su versión feminista y en su versión Rasputín Rubalcaba- y el cuasi fascismo jacobino y comecuras de Rosa Díez.

Todos ellos vienen a reprocharme que si todos los 'malos' se han volcado contra Gallardón es que Gallardón es el 'bueno'.

Pues miren ustedes, yo creo que no. Que tantos abortistas desvergonzados critiquen a un abortista vergonzante no significa que éste tenga razón. Es más, es el propio Gallardón que al perderse en un lenguaje políticamente correcto -que habla de una violencia de género estructural- se enreda en sofisticados argumentos, retorcidos como una viruta, que no hacen otra cosa que facilitar el sarcasmo de los homicidas, perdón, de los abortistas.

El problema de Gallardón es que es un antiabortista vergonzante. Si no tuviera tantos complejos y si le importa más la vida del ser humano más inocente y más indefenso, lo que hubiese respondido ayer es que el aborto no es un derecho sino un asesinato muy cobarde, que la primera víctima del aborto no es la mujer sino el niño, y que la mujer es la primera culpable del asesinato de su propio hijo. Y, ya de paso, o acabamos con la locura del aborto o el mundo se desmoronará y la democracia también. Y que, por tanto, hay que prohibir todo tipo de aborto en España.

A continuación, sólo a continuación, Gallardón debiera haber dicho que el Estado debe ayudar a aquellas embarazadas a las que el padre de la criatura ha abandonado o que son presionadas para abortar. Insisto, que el Estado haga lo mismito que hacen los grupos próvida -esos a los que la desatada TV pública, controlada por Rubalcaba- califica, no de providas, sino de antiabortistas: apoyar a la embarazada para que dé a luz. Y ya puestos, no olvidemos de que la instauración del salario maternal ayudaría muy mucho a dar una salida al aborto en positivo: es decir, por la vida, no por la muerte.

Alberto, príncipe, no acaricies a la fiera feminista, ni a la bestia progre: lo único que hará será morderte la mano. Y no seas un antiabortista, además, antiabortista vergonzante, sino un provida. Ponte de parte del más débil y más sincero, que es el niño abortado. Acaba con el aborto: salva al niño y ayuda a la madre, porque lo de la violencia estructural contra la mujer es cosa de mucha risa y da pábulo a que todos los cabrones -y cabronas- que en el mundo han sido, y son, ganen terreno hacia su objetivo final, que no es otro que la desaparición de la raza humana, al grito de "después de mí el diluvio".

Eulogio López

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