El sábado 26 Madrid se une a la convocatoria del Día Internacional del niño por nacer. Les comentaba ayer mi absoluta seguridad en que vivimos las vísperas del final de la era abortista.

No cabe tanta bestialidad en el mundo ni tanta idiocia para no reparar en ella, así que esto se va a derrumbar. De hecho, en cuanto alguien ve un aborto -y ahora podemos verlo- vomita, cambia de opinión… o ambas cosas a la vez.

Por lo demás, la coherencia se va abriendo paso. El miércoles los obispos madrileños hacían pública una nota digna de ser releída. Los obispos no pueden decir a qué partido votar pero sí a quién no se puede votar sin incurrir en incoherencia manifiesta. La interpretación del texto episcopal es inequívoca. Otra cosa es que no queramos sacar las conclusiones obvias del mismo porque nos contradiga

Los obispos no cierran los ojos ante la ambigüedad del Partido Popular, en concreto, ya que de Madrid hablamos, la contradictoria actitud de una Esperanza Aguirre que financia abortos con dinero público sin que nadie le obligue a ello, y un Gallardón que se ha convertido en el principal cliente de los repugnantes laboratorios Bayer y Chiesi, fabricante de la píldora postcoital, que los prelados condenan de forma expresa y concluyente.

Sí, la Iglesia ha hablado muy claro pero como no puede inmiscuirse en política deja la conclusión última al elector. Ahora bien, con las premisas que plantea la jerarquía, la conclusión es inexcusable: que no se puede votar a un partido como el PP que insiste en violar el primero de los principios no negociables… y ser bastante tibio en los otros tres (u otros cuatro, si añadimos lo de libertad de culto).

Claro que la Iglesia habla claro, lo que ocurre que no hay peor sordo que el que no quiere oír ni peor hipócrita que el que tergiversa lo que escucha. Con el documento de los obispos en la mano un católico no puede votar al Partido Popular. Ni de broma.

Eulogio López

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